En este espacio podremos encontrar una gran variación de cuentos para compartir con nuestros pequeños y pasar un rato agradable de entretenimiento junto a ellos/as.
Los cuentos están clasificados en este orden:
CUENTOS ACTUALES
CUENTOS CLÁSICOS
CUENTOS DE NUNCA ACABAR
CUENTOS MÍNIMOS
CUENTOS ACTUALES
CUENTOS CLÁSICOS
CUENTOS DE NUNCA ACABAR
CUENTOS MÍNIMOS
- CUENTOS ACTUALES
DOS
DUENDES Y DOS DESEOS.
Hubo una vez, hace muchísimo tiempo, tanto que ni siquiera el existían el día y la noche, y en la tierra sólo vivían criaturas mágicas y extrañas, dos pequeños duendes que soñaban con saltar tan alto, que pudieran llegar a atrapar las nubes.
Un día, la Gran Hada de los Cielos los descubrió saltando una y otra vez,
tratando de atrapar unas ligeras nubes que pasaban a gran velocidad. Tanto le
divirtió aquel juego, y tanto se rio, que decidió regalar un don mágico a cada
uno.
- ¿Qué es lo que más desearías en la vida? Sólo una cosa, no puedo darte más - preguntó al que parecía más inquieto.
El duende, emocionado por hablar con una de las Grandes Hadas, y ansioso por recibir su deseo, respondió al momento.
- ¡Saltar! ¡Quiero saltar por encima de las montañas! ¡Por encima de las nubes y el viento, y más allá del sol!
- ¿Seguro? ¿No quieres ninguna otra cosa?
El duendecillo, impaciente, contó los años que había pasado soñando con aquel don, y aseguró que nada podría hacerle más feliz. El Hada, convencida, sopló sobre el duende y, al instante, éste saltó tan alto que en unos momentos atravesó las nubes, luego siguió hacia el sol, y finalmente dejaron de verlo camino de las estrellas.
- ¿Qué es lo que más desearías en la vida? Sólo una cosa, no puedo darte más - preguntó al que parecía más inquieto.
El duende, emocionado por hablar con una de las Grandes Hadas, y ansioso por recibir su deseo, respondió al momento.
- ¡Saltar! ¡Quiero saltar por encima de las montañas! ¡Por encima de las nubes y el viento, y más allá del sol!
- ¿Seguro? ¿No quieres ninguna otra cosa?
El duendecillo, impaciente, contó los años que había pasado soñando con aquel don, y aseguró que nada podría hacerle más feliz. El Hada, convencida, sopló sobre el duende y, al instante, éste saltó tan alto que en unos momentos atravesó las nubes, luego siguió hacia el sol, y finalmente dejaron de verlo camino de las estrellas.
El Hada, entoces, se dirigió al otro duende.
- ¿Y tú?, ¿qué es lo que más quieres?
El segundo duende, de aspecto algo más tranquilo que el primero, se quedó pensativo. Miró al cielo, miró al suelo, volvió a mirar al cielo, se tapó los ojos, se acercó una mano a la oreja, volvió a mirar al suelo, puso un gesto triste, y finalmente respondió:
- Quiero poder atrapar cualquier cosa, sobre todo para sujetar a mi amigo. Se va a matar del golpe cuando caiga.
En ese momento, comenzaron a oír un ruido, como un gritito en la lejanía, que se fue acercando y acercando, sonando cada vez más alto, hasta que pudieron distinguir claramente la cara horrorizada del primer duende ante lo que iba a ser el tortazo más grande de la historia. Pero el hada sopló sobre el segundo duende, y éste pudo atraparlo y salvarle la vida.
Con el corazón casi fuera del pecho y los ojos llenos de lágrimas, el primer duende lamentó haber sido tan impulsivo, y abrazó a su buen amigo, quien por haber pensado un poco antes de pedir su propio deseo, se vio obligado a malgastarlo con él. Y agradecido por su generosidad, el duende saltarín se ofreció a intercambiar los dones. Pero el segundo duende que sabía cuánto deseaba su amigo aquel don, decidió que lo compartirían por turnos. Así, sucesivamente, uno saltaría y el otro tendría que atraparlo, y ambos serían igual de felices.
El hada, conmovida por la amistad de los dos duendes, regaló a cada uno los más bellos objetos que decoraban sus cielos: el sol y la luna. Desde entonces, el duende que recibió el sol salta feliz cada mañana, luciendo ante el mundo su regalo. Y cuando tras todo un día cae a tierra, su amigo evita el golpe, y se prepara para dar su salto, en el que mostrará orgulloso la luz de la luna durante toda la noche.
LUNA
Cuando el Sol se pone por detrás del bosque, Luna sale por el otro lado, por detrás de los arbustos.
También brilla, con una pálida luz plateada. A veces es redonda como un plato, a veces delgada como la letra C. Todo depende de si ha comido o tiene hambre. Dicen que Luna come estrellas, aunque yo no he notado que haya menos estrellas en el cielo.
Murciélagos, polillas y búhos nocturnos son buenos amigos de ella, pero los mejores amigos de Luna son los perros guardianes. Cuando aparece en el cielo, alzan la cabeza bien arriba y aúllan lastimeramente. A Luna le gusta escuchar las canciones tristes de los perros...
A veces Luna baja del cielo para charlar con algún perro que está especialmente melancólico. Se arrellana sobre la casita del perro y escucha con atención sus problemas. Luna le da algún buen consejo, le dice cómo sobrellevar mejor su vida, lo acaricia con suavidad y regresa al cielo.
El perro se tranquiliza, se acurruca cómodamente junto a su casita y observa con cariño a Luna en lo alto del cielo.
Hasta que amanece y el rojo y cálido Sol sale por detrás para despertarle.
LA FLOR Y EL VIENTO
Había una vez, en lo más alto de una afilada montaña, que se levantaba hacía el cielo como una aguja, un diminuto jardín no más grande que una alfombra: Una alfombra llena de flores de mil colores. Pero ellas cada mañana, como vivían tan apretadas, cuando el sol se colgaba en el cielo, luchaban entre sí por conquistar sus rayos. Sólo la Flor Amarilla no se peleaba con sus compañeras. Al final de cada jornada podía verse en el suelo de la montaña un hermoso tapiz de pétalos. La Flor Amarilla, en cambio, conservaba intactos todos sus pétalos. Ella no quería peleas con sus hermanas las flores; dedicaba todas sus fuerzas a una misión muy importante: El cultivo de su néctar. Su néctar era mágico, pues era capaz de curar el mal de amores... Por eso el sol, que todo eso lo sabía, cada mañana, cuando se colgaba en el cielo, la saludaba así:
- ¡Hola, pequeña¡ ¿Cómo te encuentras hoy? Abre tu cáliz para que pueda calentar tu néctar. Algún día vendrá alguien que necesite de él; alguien que sufra el terrible mal de amores...
Y la Flor Amarilla lo saludaba abriendo y aleteando sus pétalos.
Un día don Viento, en su pelea diaria con el mar, llegó más enfadado que de costumbre (Don Viento silba muy fuerte).
- ¡Eh, tú, don Viento,
no sigas soplando así,
o acabaré yo también muriendo¡
Pero don Viento no la oía... Una nubecilla que pasaba por allí, al ver a la
Flor Amarilla en peligro, descendió sobre la montaña y la cubrió con su húmedo
manto blanquecino. Don Viento, al ver que la nube no huía, le dijo así:
- ¡Apártate de mi camino diminuta nubecilla¡ ¿No ves que hoy estoy muy enfadado?
- ¡Tú siempre andas igual: soplando por aquí, soplando por allí...¡ ¡ No miras
por donde soplas¡ ¿No sabes que estoy protegiendo a la Flor Amarilla?
- No veo ninguna Flor Amarilla...
- ¿Cómo la vas a ver?: ¡Yo te la tapo¡
- Claro, por eso no la veo.
- ¿No sabes que ella es mágica? ¿No sabes que su néctar cura el mal de amores?
¡Anda vete..., y sopla por ahí¡
- Pero para irme por ahí, tengo que pasar por aquí; y para pasar por aquí no
tengo más remedio que soplar... ¡Ugggss¡
- ¿Estás loco o qué? ¿No sabes soplar de otra manera?
- Bueno, bueno..., lo intentaré. (Don Viento silba).
Y don Viento descubrió el ¡SILBIDO¡ Y unos pastores que estaban en el valle con
sus ovejas, lo oyeron silbar y comenzaron ellos a hacer lo mismo (melodía
silbido). Y esta melodía se corrió por todos los valles y campos..., y de esta
manera les fue revelado a los hombres el silbido. Pero allí, en lo alto de la
montaña, aún sigue nuestra Flor Amarilla, esperando que alguien venga a recoger
su néctar; alguien que padezca el terrible mal de amores...
Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.
EL TAMBORILERO MÁGICO
Érase una vez un tamborilero que volvía de la guerra. Era pobre, sólo tenía el tambor, pero a pesar de ello, estaba contento porque volvía a casa después de tantos años. Se le oía tocar desde lejos: Barabán, barabán, barabán…
Andando, andando encontró a una viejecita.
-Buen soldadito, ¿me das una moneda?
-Toma, sólo tengo ésta. Te la doy de buena gana porque debes necesitarla más que yo.
-Gracias, soldadito, y yo te daré algo a cambio.
-¿En serio? Pero no quiero nada.
-Sí, quiero darte un pequeño encantamiento. Será éste: siempre que tu tambor redoble todos tendrán que bailar. Todos bailarán y no podrán pararse si tú no dejas de tocar.
Y el soldadito reemprendió el camino para regresara casa. Andando, andando…, de repente salieron tres bandidos del bosque.
-¡La bolsa o la vida!
-¡Por el amor de Dios! ¡Adelante! Cojan la bolsa. Pero les advierto que está vacía.
Los bandidos miraron, buscaron y hurgaron. Y naturalmente no encontraron ni siquiera una perra chica.
-Eres un desarrapado. Paciencia. Nos llevaremos el tambor para tocar un poco.
-¿Me dejaréis tocar un poquito antes de llevároslo? Así os enseñaré cómo se hace ¿eh?
-Pues claro, toca un poco.
Eso, yo toco y vosotros ¡y vosotros bailáis!
Y había que verles bailar a esos tres tipejos. Parecían tres osos de feria.
Al cabo de un rato empezaron a resoplar. Intentaron pararse, y no lo consiguieron. Estaban cansados, sofocados, les daba vueltas la cabeza, pero el encantamiento del tambor les obligaba a bailar, y a bailar, y a bailar…
Pero el tamborilero, prudentemente, sólo paró cuando les vio derrumbarse en el suelo sin fuerzas y sin aliento.
-¡Eso es, así no podréis perseguirme!
Y él, a escape. De vez en cuando, por precaución, daba algún golpecillo al tambor. Y enseguida se ponían a bailar las liebres en sus madrigueras, o las ardillas sobre las ramas, o las lechuzas en sus nidos, que se vieron obligadas a despertarse en pleno día…
Y siempre adelante, el buen tamborilero caminaba y corría para llegar a su casa…
Andando, andando el tamborilero pensó que el hechizo haría su fortuna. Así que cuando vio cómo se acercaba una diligencia la hizo parar y comenzó a tocar su tambor. Caballos y pasajeros comenzaron a bailar. Mientras el tocaba con una mano con la otra hizo caer tres cajas repletas de oro que transportaban en la diligencia. Ésta volvió a ponerse en camino sin su preciosa carga. Y he aquí al tamborilero millonario...Se construyó un chalet, vivió de las rentas y se casó con la hija del gobernador. Y cuando necesitaba dinero, le bastó con su tambor.
LA PIEDRA
Imagínate una época mucho más antigua. Una época
donde la agricultura era el principal motor de la economía, donde las
propiedades estaban concentradas en unos pocos y, en donde los medios de
locomoción de la mayoría, eran las propias piernas y algún que otro asno.
La mayoría de la gente, al no tener otra cosa,
eran jornaleros del campo, sin ningún tipo de seguridad social, y la caridad
como única asistencia.
Pero algunos pocos, en lugar de ser jornaleros
del campo, eran medieros o caseros en fincas o heredades agrícolas. Tenían,
sobre los demás, la ventaja de vivir en una casa; a cambio, cuidaban de la
finca del amo, quien, a su vez, les permitía tener un escaso terruño en donde
cultivaban verduras, hortalizas y hasta legumbres para su sustento. Tenían
también un pequeño corral, para poseer gallina y conejos, y tanto los animales,
como sus productos, cambiaban por otros de mayor necesidad (aceite, arroz, harina...)
o servían para pagar la "iguala" del médico.
Los ancianos eran, por aquel entonces, los
auténticos patriarcas familiares, hacían y deshacían con verdadera autoridad.
Pero también entonces todo tenía un límite, y llegaba un momento en que el hijo
mayor, se dirigía al "amo" y le decía con todo respeto y educación:
—Mire, de ahora en adelante, en lugar de a mi padre,
me puede dar a mí las órdenes.
Y de esta forma, sencilla, sin papeles ni documentos,
era transmitida la herencia del trabajo.
En una de aquellas fincas o heredades, vivía una
familia de estas características, y el hijo mayor hacía ya tiempo que había
tomado aquella decisión. Y desde ese momento el "padre" pasó a ser un
mero objeto, sin nada más que hacer que no fuese esperar la "muerte".
El trabajo allí era continuista y había que
realizarlo según las estaciones: labrar la tierra, sembrar, cosechar, trillar,
almacenar... podar los árboles, recoger las aceitunas, guardar la leña para el
invierno... En la propia casa el trabajo era igualmente intenso: amasar, cocer
el pan, hacer jabón de los sobrantes del aceite, elaborar los productos de la
matanza, etcétera. Cuando llovía y no podían hacer otra cosa se arreglaban los
aperos de labranza, o se picaba el esparto sobre la piedra, a golpe de maza...
Así transcurría el tiempo, y nuestro anciano era,
cada vez más, un estorbo. Molestaba en todas partes. Ya no le dejaban comer en
la mesa y lo hacía aparte, en uno de aquellos bancos de piedra que había en
aquella enorme cocina que, incluso, tenía un horno para elaborar el pan.
La situación se hacía difícil. El matrimonio
tenía que atender los trabajos de campo y de la casa, y algo había que hacer
con el anciano.
Decidieron que lo mejor era llevarlo al hospicio,
donde podrían atenderle hasta que llegase el inevitable momento de la muerte.
El asilo, hospicio, u hospital, como se le
llamaba entonces, estaba lejos de la finca...
Así que una mañana temprano salieron de la casa,
el padre y el hijo, con destino al asilo. Y anda que andarás, llegaron por fin
hasta el caminito empinado y de gran pendiente que conducía a aquel albergue
para ancianos. Comenzaron a subir aquella larga y penosa cuesta.
El padre no podía más, y el hijo optó por
cargárselo sobre su propia espalda y continuar subiendo. Caminaba, subía poco a
poco, pero cada instante se hacía más penoso más difícil. El ritmo de
respiración era insostenible... De pronto divisaron una enorme piedra que
podría servirles de asiento y de descanso, y allí se dirigieron.
Se sentaron los dos; respiraron y se sintieron
más descansados. Hubo un gran silencio. Nadie decía nada. Hasta que,
finalmente, el anciano le dijo su hijo:
—... lo que son las cosas... En esta misma piedra
también descansé yo, cuando llevaba a mi padre al asilo...
El hijo se levantó rápidamente y le contestó a su
padre:
—Volvamos, volvamos a casa, que yo no quiero que
dentro unos años, mi hijo también tenga que descansar sobre esta misma piedra,
cuando me traiga a mí al asilo.
Con decisión firme, los dos volvieron a casa. Y
juntos, con toda la familia, esperaron con serenidad y paciencia y con toda la
dignidad posible, hasta que la hermana muerte vino por aquel anciano.
LA FREGONA
Érase
una vez un rico señor que acostumbraba ha ausentarse de su casa, junto con toda
su familia, durante las vacaciones, ya que las pasaba en la finca de su anciano
suegro.
No
es que fuesen malos amos, ni que riñeran excesivamente a sus criados. Pero
cuando esto ocurría los sirvientes que no les acompañaban y permanecían en
casa, tenían más libertad para hacer el vago que cuando estaba la familia.
Aunque el mayordomo era un auténtico sargento, que no tenía nada mejor que
hacer que andar por ahí con algodones con que frotar los rincones para
demostrar lo sucios que estaban.
Una
noche se quedaron hasta más tarde de lo normal en la cocina, contándose
cuentos, tanto fue así que Bruno, el pequeño aprendiz de jardinero, se «quedó
frito» debajo de la mesa sin que nadie lo echase en falta al irse todos a
dormir.
El
pequeño Bruno se despertó sobresaltado por un ruido, casi se muere de miedo
cuando ve que entra un asno en la cocina. Un gran asno blanco, que acto seguido
se coloca un delantal y se pone a fregar los platos, a limpiar fogones,
ventanas, azulejos, barrer... en fin, todo lo que se suponía que tenían que
haber hecho las chicas, pero bien hecho; Al terminar, vio como el asno se quita
el delantal y se marcha. Tan asustado estaba el pobre Bruno, que no pudo pegar
ojo el resto de la noche.
Al
contarlo durante el desayuno, los otros criados se burlaban y le tomaban el
pelo, diciéndole que lo había soñado, pero el pequeño Bruno porfiaba y discutía
que le creyesen, que el sabía lo que había visto, que no lo había soñado.
El
mayordomo, que era el jefe de todos, lo castigó sin postre por fantasioso,
afirmando que los asnos no llevaban delantales, ni fregaban los platos, que si
no los amos tendrían asnos en vez de criados, porque a los asnos no había que
pagarles sueldo.
Creyendo
que le darían una lección al pequeño, para que aprendiese a decir siempre la
verdad y no quedarse dormido debajo de las mesas, dejaron todo por fregar y le
dijeron al pequeño aprendiz que si no lo limpiaba el asno por la noche, tendría
que hacerlo él por la mañana. Y con estas se fueron a dormir.
Cual
no sería la sorpresa de todos al encontrárselo todo limpio y reluciente a la
mañana siguiente.
La
mayoría de los de cocina se sentían muy contentos, pensando que eso era como
unas vacaciones.
Pero
el mayordomo no las tenía todas consigo, no creía que fuese una broma del crío,
pues para dejarlo todo tan limpio hubiese necesitado estar toda la noche
trabajando, con lo que por la mañana se hubiese estado cayendo de sueño, y no
hubiese sido capaz de hacer su trabajo y los pequeños recados que le encargaban
todos sin haberse buscado un rinconcito para dormir. Había estado vigilándolo
bien. No, no había sido el crío, pensó sería alguien que le quiso echar una
mano, evitándole tener que limpiar los platos de la noche.
Pasaron
varios días y las cocineras seguían dejando los platos y cacerolas de todo el
día sin limpiar.
Ya
no se quedaban en la mesa de la cocina a contar historias después de la cena,
no se podía, la mesa daba asco por la noche, llena de trastos sucios, manchas,
restos de cebollas y cáscaras de patatas.
Queriendo
ver quien era el bromista o buen samaritano entre sus subalternos, el cual
desde luego no era muy inteligente a la hora de gastar bromas, pues la suya le
debía de cansar muchísimo, el mayordomo decidió ponerse el despertador para las
4 de la mañana sin decirle nada a nadie y ver a que tonto pillaba haciéndole el
trabajo a los demás.
Al
asomarse a la cocina no podía creer lo que sus ojos veían.
—¿Quién
eres, por qué le haces el trabajo a las chicas?
—Mi
nombre es Lucía, hace décadas yo fui una sirviente perezosa que dejaba que mis
compañeras hiciesen todo el trabajo por mí. Estando a punto de jubilarme fui
hechizada por una de mis compañeras que no era otra que la bruja Gumersinda,
que andaba de incógnito, mi castigo consiste en limpiar esta cocina todas las
noches. La cosa no sería tan mala si no fuese porque haga buen o mal tiempo,
tengo que esperar escondida allí afuera a que todos en la casa duerman, y mi
reuma me está matando.
El
mayordomo se retiró, muy pensativo y al día siguiente les contó a todos lo que
había ocurrido.
Le
pidió perdón al chiquillo por haberle castigado sin postre por mentir, que
tenía razón y había un asno con delantal, pero que tuviese muy presente que
éste asno no era un simple asno, sino una fregona encantada. —Los asnos
auténticos no llevan delantal, —afirmó, muy serio.
Luego
les soltó un sermón a todas las chicas, sobre lo que les podía ocurrir si no se
volvían más diligentes y hacendosas, poniéndoles al asno por ejemplo de como
terminaban los perezosos, ya que cualquiera sabe por donde andan los hechiceros
de incógnito hoy en día.
Las
chicas se burlaron, le dijeron que unas vacaciones era algo a lo que nunca
tendrían derecho y que no estaba de más aprovecharse un poco, y al menos tener
solo la mitad de la faena por hacer mientras los señores estuviesen fuera. Que
después ya trabajarían con más brío.
De
todas formas, tenían buen corazón y una buena mano para las labores, así que
decidieron hacerle un capote al asno con algunos retales, para que pudiese resguardarse
de la lluvia y el aire helado de la noche.
Una
vez lo terminaron ninguna quiso entregárselo, pues les daba mucho miedo todo
eso de los encantamientos.
Así
que al fin decidieron que fuese el mayordomo quien lo hiciese, al fin y al cabo
era el jefe, y ya había hablado con la fregona encantada.
Así
que al llegar la noche e irse todos a dormir el mayordomo esperó un buen rato
antes de ir a la cocina y entregarle al asno su regalo.
Esta
se mostró muy emocionada, dándole las gracias se quitó el delantal, se puso la
capota, se despidió e iba a marcharse cuando el mayordomo le preguntó:
—Pero,
¿Qué ocurre, hoy no terminas de fregar y limpiar?
—¿No
te lo había dicho? Puedes decirle a las chicas que se acabaron las vacaciones.
Mi castigo terminaba en el momento en que alguien me lo agradeciese de corazón.
¡Qué mejor agradecimiento que esta capota de retales con un trabajo tan
primoroso! Ahora me voy a buscar a la bruja Gumersinda para que me devuelva mi
forma original y ver si llegamos a un acuerdo sobre los términos de mi
jubilación, que al fin y al cabo ella ha sido mi última patrona. Gracias de
nuevo. —Y diciendo esto se marchó.
Al
día siguiente todos andaban bastante malhumorados, pues el mayordomo les hizo
madrugar más de lo normal para que lavasen los platos del día anterior, y
lamentaban haberse dado tanta prisa en terminar la capota. Si al menos hubiesen
esperado a que volviesen los amos
Pero
de todas formas, todos se esmeraron en hacer bien su parte del trabajo, no
fuese que la bruja Gumersinda estuviese buscando a alguien que sustituyera al
asno.
Y
colorín colorado este cuento se ha acabado.
EL POLLO DE MI VECINO
Hace muchos años
vivía un joven labrador llamado José, que tenía una granja muy fértil cerca del
río, resultó que vino una riada y se lo llevó todo, la casa, los aperos de
labranza y la cosecha.
Quedó totalmente arruinado. Pero tenía salud, no tenía familia, así que se despidió de sus amigos y decidió irse a las Américas a conseguir dinero.
Quedó totalmente arruinado. Pero tenía salud, no tenía familia, así que se despidió de sus amigos y decidió irse a las Américas a conseguir dinero.
Un vecino, Paco,
que se había criado con él le llevó una cesta de huevos duros para el viaje
hasta el puerto.
—Te lo agradezco en el alma, Paco, pero no puedo aceptarlos, a tí no te sobran.
—Considéralo entonces un préstamo, José, pero ya sabes que mi madre tiene la manía de hervir todos los huevos que nos sobran cada día, le gusta tenerlos listos para el picadillo de la sopa, y yo ya los tengo aburridos.
—¿Y por que no los vendes, o lo cambias por cosas que necesites?
—Hombre, cuando he de ir a la ciudad me llevo todos los huevos, pero aquí en el pueblo todos tienen sus propias gallinas, a todos les sobran los huevos, e ir a la ciudad solo a vender huevos no vale la pena.
—Muy bien Paco, si es así acepto tus huevos, dale las gracias a tu madre.
—Me gustaría acompañarte al menos hasta el puerto, pero no puedo, he de atender la huerta. Que tengas suerte José.
—Gracias por todo Paco, volveré pronto, reconstruiré mi casa y volveré a ocuparme de mis tierras.
—Te lo agradezco en el alma, Paco, pero no puedo aceptarlos, a tí no te sobran.
—Considéralo entonces un préstamo, José, pero ya sabes que mi madre tiene la manía de hervir todos los huevos que nos sobran cada día, le gusta tenerlos listos para el picadillo de la sopa, y yo ya los tengo aburridos.
—¿Y por que no los vendes, o lo cambias por cosas que necesites?
—Hombre, cuando he de ir a la ciudad me llevo todos los huevos, pero aquí en el pueblo todos tienen sus propias gallinas, a todos les sobran los huevos, e ir a la ciudad solo a vender huevos no vale la pena.
—Muy bien Paco, si es así acepto tus huevos, dale las gracias a tu madre.
—Me gustaría acompañarte al menos hasta el puerto, pero no puedo, he de atender la huerta. Que tengas suerte José.
—Gracias por todo Paco, volveré pronto, reconstruiré mi casa y volveré a ocuparme de mis tierras.
Pasaron los años y
José regresó al pueblo, se había casado y tenía dos
hermosos hijos.
Enriquecido después de unos años de trabajo duro y sacrificio por parte de toda la familia, ahora volvía con la intención de vivir en la casa que había mandado a construir en sus terrenos y ocuparse de su huerto.
Antes de terminar de instalarse se presentó su vecino Paco:
—Me alegro de verte José, vengo a reclamarte una deuda, me debes 100 monedas de oro.
—¿Cien monedas de oro? ¿Como puedo deberte cien monedas de oro si tú nunca has visto junto tanto dinero?
—Yo te presté una cesta llena de huevos, si calculamos todos los pollos que me hubiesen dado en todos estos años te aseguro que cien monedas de oro es poco.
—Pero si eran huevos duros
—¡Eso no viene al cuento!
Como José no estaba de acuerdo llevaron el caso al tribunal.
hermosos hijos.
Enriquecido después de unos años de trabajo duro y sacrificio por parte de toda la familia, ahora volvía con la intención de vivir en la casa que había mandado a construir en sus terrenos y ocuparse de su huerto.
Antes de terminar de instalarse se presentó su vecino Paco:
—Me alegro de verte José, vengo a reclamarte una deuda, me debes 100 monedas de oro.
—¿Cien monedas de oro? ¿Como puedo deberte cien monedas de oro si tú nunca has visto junto tanto dinero?
—Yo te presté una cesta llena de huevos, si calculamos todos los pollos que me hubiesen dado en todos estos años te aseguro que cien monedas de oro es poco.
—Pero si eran huevos duros
—¡Eso no viene al cuento!
Como José no estaba de acuerdo llevaron el caso al tribunal.
El día del juicio José
no llegaba, el juez, impaciente y malhumorado pensaba que a esos nuevos ricos
que se creían alguien importante con derecho a todo, ¡hasta a hacer esperar a
la justicia!, había que darles una lección. Así que le dijo a Paco que no iba a
esperar más y que expusiese su caso.
—Mire usted, señoría, si yo no le hubiese prestado los huevos a José hubiesen nacido doce gallinas, que a su vez hubiesen puesto huevos durante toda su vida, de los que hubiesen nacido más gallinas que a su vez hubiesen tenido más pollitos, y si lo calculamos bien, usted sabría que la suma de cien monedas de oro es ridícula, si la comparamos con el dinero que podría haber obtenido yo por tantos pollos.
—Mire usted, señoría, si yo no le hubiese prestado los huevos a José hubiesen nacido doce gallinas, que a su vez hubiesen puesto huevos durante toda su vida, de los que hubiesen nacido más gallinas que a su vez hubiesen tenido más pollitos, y si lo calculamos bien, usted sabría que la suma de cien monedas de oro es ridícula, si la comparamos con el dinero que podría haber obtenido yo por tantos pollos.
Mientras Paco se
explicaba llegó José, el juez le miró con muy mala cara y cuando iba ha abrir
la boca para disculparse, le hizo señas para que se callase y siguió escuchando
a Paco. Cuando Paco terminó de hablar el juez le dio la razón y afirmó que se
encargaría de que alguien calculase exactamente la cuantía de su pérdida.
—Pero hemos de ser justos, —continuó— antes oiremos lo que tienes que decir en tu defensa José, pero primero dime, ¿Qué era eso tan importante que tenías que hacer como para tener esperando a la justicia y llegar tarde a un juicio que tú has solicitado?
—Pues verá su señoría, estaba en el campo tan entretenido sembrando unas habichuelas hervidas, pensando en la buena cosecha que me darán, y cuando miré el reloj resultó que se me había pasado la hora, discúlpeme usted.
—¡Te has vuelto loco!,exclamó el juez ¿Desde cuando unas habichuelas hervidas pueden dar cosecha?
—Si los huevos duros de Paco pueden dar polluelos, ¿por qué no mis habichuelas?
—Explíqueme ahora mismo de que huevos duros está hablando.
—La madre de Paco no quería más gallinas, y le gustaba muchísimo la sopa de picadillo de huevos duros, así que los huevos que le sobraban todo los días los hervía por la mañana y los utilizaba en la sopa por la noche.
—El día que me marché, me dio una cesta llena de huevos duros, yo sabía que no iban muy holgados así que no la quise aceptar, por lo que acordamos que sería un préstamo.
—Paco ¿Es eso cierto?
—Si señor.
—¡Pues ni los huevos duros dan polluelos ni las habichuelas hervidas cosechas!, ¡Esto es un desacato! Salid de aquí antes de que me enfade, los encierre a los dos y luego tire la llave al río.
—Pero hemos de ser justos, —continuó— antes oiremos lo que tienes que decir en tu defensa José, pero primero dime, ¿Qué era eso tan importante que tenías que hacer como para tener esperando a la justicia y llegar tarde a un juicio que tú has solicitado?
—Pues verá su señoría, estaba en el campo tan entretenido sembrando unas habichuelas hervidas, pensando en la buena cosecha que me darán, y cuando miré el reloj resultó que se me había pasado la hora, discúlpeme usted.
—¡Te has vuelto loco!,exclamó el juez ¿Desde cuando unas habichuelas hervidas pueden dar cosecha?
—Si los huevos duros de Paco pueden dar polluelos, ¿por qué no mis habichuelas?
—Explíqueme ahora mismo de que huevos duros está hablando.
—La madre de Paco no quería más gallinas, y le gustaba muchísimo la sopa de picadillo de huevos duros, así que los huevos que le sobraban todo los días los hervía por la mañana y los utilizaba en la sopa por la noche.
—El día que me marché, me dio una cesta llena de huevos duros, yo sabía que no iban muy holgados así que no la quise aceptar, por lo que acordamos que sería un préstamo.
—Paco ¿Es eso cierto?
—Si señor.
—¡Pues ni los huevos duros dan polluelos ni las habichuelas hervidas cosechas!, ¡Esto es un desacato! Salid de aquí antes de que me enfade, los encierre a los dos y luego tire la llave al río.
De esta forma José
se libró de la acusación de Paco, pero tenía buen corazón y le estaba muy
reconocido por aquellos huevos que le dio en un momento de necesidad, y por
todos los momentos que habían pasado juntos mientras crecían. Así que le envió
unos regalos para sus hijas y su esposa, y 20 monedas de oro para el.
Paco arrepentido
fue a visitarle y le pidió perdón por su envidia y avaricia, y no quiso coger
el dinero.
—Los regalos para las chicas esta bien, son unos juguetes muy bonitos, y a mi mujer le ha gustado mucho el mantón de lana de vicuña, dice que irá muy abrigada en el invierno, esos son regalos de corazón y los aceptamos, pero yo quiero tu perdón y recuperar nuestra antigua amistad, no tu dinero.
—Ese es mi mayor deseo, —contestó José
—Los regalos para las chicas esta bien, son unos juguetes muy bonitos, y a mi mujer le ha gustado mucho el mantón de lana de vicuña, dice que irá muy abrigada en el invierno, esos son regalos de corazón y los aceptamos, pero yo quiero tu perdón y recuperar nuestra antigua amistad, no tu dinero.
—Ese es mi mayor deseo, —contestó José
De manera que
siguieron siendo amigos y sus familias estuvieron tan unidas como en los tiempos
de su infancia.
Al cabo de unos
años los hijos de José se casaron con las hijas de Paco y ambos se consideraban
los hombres más afortunados de la tierra.
Ahora sus nietos
les piden que les cuenten la historia de cuando el juez dijo que los huevos
duros no dan polluelos y les hace mucha gracia imaginarse a su abuelo José
sembrando habichuelas hervidas.
Y por siempre
vivieron felices y comieron perdices, y a mi no me dieron porque no quisieron.
EL PRINCIPE SAPO
Hace mucho tiempo, los malvados magos, no tenían nada mejor que hacer, que enseñar a los jóvenes príncipes aquellas asignaturas útiles para gobernar un reino que ninguno de ellos tenía ganas de aprender, por lo que se estableció la costumbre de que si no aprobaban las mates estos los convertían en rana hasta que recitasen la tabla del 7 ó los besase una doncella casadera.
A los
reyes no les quedó más remedio que decretar que la doncella que desencantase a
un príncipe se casaría con este, ya que no tenían ninguna fe en que sus hijos
pudiesen multiplicar por 7 siendo ranas, cuando no habían podido hacerlo siendo
príncipes.
De manera
que durante las vacaciones de verano las doncellas casaderas iban por ahí, como
locas, besando ranas y convirtiéndose en princesas herederas.
El mago
Panchín estaba más que harto de su alumno, pues éste, a pesar de ser muy listo,
se pelaba las clases impunemente pasándose el día en diversiones y gastándole
bromas pesadas a todo el mundo, menos a los reyes claro.
Así que al
suspender con un CERO muy gordo decidió darle una lección y cambió el encantamiento.
Primero lo convertiría en un sapo asqueroso, en vez de en una bonita rana y
solo dejaría de ser un sapo si recitaba TODAS las tablas de multiplicar, o si
una princesa lo estampaba de una patada.
El rey,
que no estaba enterado del cambio del hechizo, publicó el bando de costumbre,
mientras su hijo esperaba en un charco cercano el desfile de doncellas con
ganas de patearlo.
Pero claro
el pregonero dijo besar, la costumbre
mandaba besar, y las doncellas
casaderas tenían muy buenos modales y no andaban por ahí pateando nada. Así que
el pobre estaba harto de que lo besasen, estaba harto de ser un sapo y de comer
moscas y no había manera de conseguir que las delicadas damiselas lo pateasen.
Intento recordar las tablas de multiplicar pero no lograba pasar mas allá de la
tabla del 5.
Por lo que
al fin, desesperado decidió marcharse lejos del reino de su padre, por ver si
conseguía encontrar un rincón tranquilo donde ninguna doncella hubiese
escuchado el Bando Real, o donde pudiese meditar sobre la multiplicación.
Cansado de
vagar sin éxito, y de recibir besos a diestro y siniestro decidió quedarse a
vivir en un pozo abandonado, donde no lo molestarían. Ya había conseguido
llegar a la tabla del 8 cuando una tarde, ¡Pum!, le cae una pelota en
la cabeza, y oye una dulce voz que le pide.
—Sapito
guapo, sapito bueno, dame mi pelota por favor.
Era una
princesa vecina, muy hermosa y bastante malcriada, que siempre conseguía que su
padre el rey le consintiese todos sus caprichos. Pero su belleza unida a la
dulzura de su voz y sus modales pícaros, cautivaron al príncipe, el cual se
enamoró al instante.
—¿Qué me
darás a cambio de tu pelota?, le pregunta el príncipe sapo.
—Lo que tu
quieras, le contesta ella.
—Bien, has
de invitarme ha pasar una temporada contigo, darme de comer de tu plato, arroparme
por las noches y contarme una historia antes de dormirme. Prométeme que
cuidarás de mi como de un hermano.
—Te lo
prometo, todo lo que tu quieras, pero ahora dame mi pelota, que me esperan, he
de terminar de jugar antes de volver a casa.
—Toma tu
pelota, te espero, has de llevarme a tu casa, no lo olvides.
—Que no lo
olvido, que luego vuelvo.
Así que la
princesa volvió con sus amigas y a su juego decidida a no llevar a ningún sitio
a ningún sapo asqueroso.
A la noche
cuando el rey y su familia estaban cenando vino el jefe de la guardia a
informar al rey de que en la puerta había un sapo que afirmaba estar invitado
por la princesa a pasar una temporada en palacio.
—Hazlo
pasar —ordenó el rey— Señor sapo, que se le ofrece a estas horas, como ve
intentamos comenzar a cenar.
—Vuestra
hija señor, me prometió hospedaje durante una temporada, darme de comer de su
plato, arroparme por las noches y me contaría una historia antes de dormir, que
me cuidaría como a un hermano, si le devolvía una pelota que cayó a mi pozo
mientras jugaba.
El rey
mirando a la princesa le dijo: —Y bien, que tienes que decir a esto jovencita.
Ella se
puso como un tomate, pero con su voz más zalamera, dio mil y una razones por
las que no estaba obligada a cumplir con su palabra.
—Un rey
solo tiene una palabra, y tu has de aprender a comportarte como una futura
reina. Si tanto asco te daba no haberle dado tu palabra, eres capaz de
cualquier cosa para salirte con la tuya y has de aprender que hay que respetar
a los demás, cumplirás tu palabra, y además estas castigada por ser tan grosera
y haber hecho llorar a tu madre, la reina, del disgusto.
—Disculpe
usted señor sapo, ahora me doy cuenta de que la hemos mimado demasiado, pero le
prometo que ella va a cumplir su palabra, o se pasará la vida castigada.
Ella, ¡qué
remedio!, le va dando trocitos de su comida, mientras piensa como librarse de
el sin que su padre la castigue.
Y a la
hora de irse a dormir descubre que sus padres han ordenado que pongan la cama
de juguete en su misma habitación, y después de darle las buenas noches, la
dejan con ese sapo asqueroso,
el cual le dice:
—Ahora
arrópame y cuéntame un bonito cuento, hermanita.
Y ella se
acuerda de que por culpa de ese sapo la han castigado y no podrá salir a jugar
por mucho tiempo, que ese sapo se le comió todo lo rico, y le dejo todas las
verduras para ella, que se zampó todo el pastel de manzanas, y cuando quiso
pedir más su madre le riñó por golosa. Que por su culpa su padre, que siempre
le consentía todo se ha enfadado con ella, y se ha puesto muy triste su madre,
que hasta ha llorado.
—Te estoy
esperando, vamos o se lo diré a tu padre.
Y a ella
le da una rabieta y se pone a chillarle, que se vaya, que la deje en paz, que
le da mucho asco, que es muy feo.
Y el sapo
venga ha hacerle burla:
—Se lo diré
a tu padre, se lo diré a tu padre.
Así que la
princesa va y le pega una patada, y el sapo sale volando con camita y todo.
Corriendo acuden los reyes y los guardias a la habitación a ver que era ese
escándalo. Y descubren que el sapo se había convertido en un apuesto príncipe
que le prometía a todos saberse al día siguiente todas las tablas de multiplicar.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado
LA CABRA MONTESINA
En una tarde soleada una madre con sus tres hijas estaba cosiendo a la puerta de su casa y como se le acabase el hilo mandó a su hija mayor subir al desván a buscar más hilo.
La hija
mayor subió y en lo alto de la escalera se encontró con una cabra, que había
trazado una línea con tiza en el suelo y le dijo:
—Soy la
cabra montesina que vivo en montepelado, y al que pase de esta raya me lo como
de un bocado.
La hija
mayor no hizo caso, cruzó la raya y la cabra se la tragó.
La madre,
al ver que no bajaba su hija mayor, dijo a la mediana:
—Sube al
desván a ver qué hace tu hermana y bájame el hilo.
Al llegar
a lo alto de la escalera, la hija mediana vio a la cabra que decía:
—Soy la
cabra montesina que vivo en montepelado y al que pase de esta raya me lo como
de un bocado.
La hija
mediana no le hizo caso, cruzó la raya y la cabra se la tragó.
Como no
volvían sus hermanas, después de un rato dijo la hija pequeña:
— Madre,
¿quieres que suba yo y baje el hilo?
—No, tú
eres demasiado pequeña y no lo alcanzas, subiré yo.
Al subir
la madre, oyó a la cabra que le decía:
—Soy la
cabra montesina que vivo en montepelado y al que pase de esta raya me lo como
de un bocado.
La madre
atravesó la raya y la cabra se la comió.
La hija
pequeña, al ver que pasaba el tiempo y no bajaban su madre y su dos hermanas,
se puso a llorar amargamente.
—¿Por qué
lloras, niña? —Le dijo una hormiga que pasaba por allí.
La niña se
lo contó y la hormiga le dijo:
—No llores
ni tengas miedo, yo te acompañaré.
Y subieron
por la escalera y se encontraron con la cabra que les dijo:
—Soy la
cabra montesina que vivo en montepelado y al que pase de esta raya me lo como
de un bocado.
La hija
pequeña no se atrevía a cruzar la raya y se puso a llorar porque a su madre y a
sus hermanas se las había tragado la cabra.
La
hormiga, sin embargo, dijo a la cabra:
—Pues yo
soy la hormiguita que vivo en mi hormigar y pica que te pica yo te haré
brincar.
Y cruzó la
raya, saltó a una pata de la cabra, se escondió entre los pelos de la cabra y
empezó a darle picotazos en todas las partes del cuerpo.
La cabra
daba grandes saltos porque le dolían las picaduras de la hormiga y, en uno de
ellos, se cayó rodando por las escaleras y del golpe reventó y salieron de su
barriga la madre y las dos hijas.
Muy
felices la madre y sus hijas pensaban cómo agradecer a la hormiguita lo que
habían hecho por ellas.
—Le
daremos un celemín de trigo —dijo la madre.
Pero la
hormiga dijo: —No cabe tanto en mi taleguillo, no muele tanto mi molinillo.
—Le
daremos un puñado de trigo —dijo la hermana mayor.
—No cabe
tanto en mi taleguillo, no muele tanto mi molinillo.
—Le
daremos un grano de trigo —dijo la hermana pequeña.
—Sí cabe
tanto en mi taleguillo, sí muele tanto mi molinillo.
Y le
dieron un grano de trigo y la hormiguita se fue muy contenta.
Y así se
acaba la historia de la cabra montesina que vivió en montepelado y al que
pasaba la raya se lo comía de un bocado.
Y colorín colorado esta historia ha terminado.
En un pueblo había una vez un chico muy valiente, cada vez que había que hacer alguna cosa peligrosa, como bajar del árbol al gato de la maestra, era él quien se ofrecía, si le preguntaban decía: —"No me da miedo, no. Yo si que puedo".
Los otros chicos del pueblo,
ya estaban más que hartos de él, pues siendo tan valiente les hacía parecer
unos gallinas, así que decidieron darle una lección y lo retaron a subir al
campanario la próxima noche sin luna para tocar las campanas.
El chico, por supuesto les
respondió:
—"No me da miedo, no.
Yo si que puedo".
Conque hicieron un monigote
de pez, y lo pusieron justo por donde tenía que pasar, en el rincón más oscuro,
bloqueándole el camino.
Así que al llegar la noche,
estaba todo muy oscuro, ya que entonces no había electricidad en el pueblo. El
chico comienza a subir las escaleras del campanario, sin miedo, pero teniendo
cuidado de no tropezar, pues el que uno sea valiente no significa que haya de
ser tan tonto como para romperse la crisma por andar sin cuidado. Se encuentra
al monigote de pez y le dice:
—"Oye, quítate de en
medio del camino, que he de subir a tocar las campanas".
—"¡Qué te he dicho que
te quites, hombre!"
Y no se quitaba.
—"Mira que si no te
quitas te daré una bofetada". —dicho y hecho, ¡PLAF!, en la cara le dio y
la mano se le quedó pegada, y le dice: —"¡Se me acaba la paciencia,
suéltame la mano y vete o te daré de verdad!"
¡PLAAFF!, y se le pega la
otra mano, pero como era tan valiente va y le dice: —"Si no me sueltas
ahora mismo las manos te daré una patada que verás las estrellas.
Y ¡PLOOF!, patada que le
arrea y el pie se le queda también pegado, —"Pues no me importa, aun tengo
otro pie".
¡PLOOOFFF!, otro pie que se
le pegó, —"Suéltame que te daré un barrigazo". —¡PLUUFF! barriga que
se quedó pegada.
—"Que te daré un
mordisco, te haré sangre y llorarás, suéltame y vete ya".
—"Mmmmunmuunmumn".
Total, que al día siguiente
fueron los otros chicos a ver que había pasado y se lo encontraron todo pegado
al monigote de pez, así que no les quedó más remedio que reconocer que
realmente era un chico muy valiente, aunque poco inteligente.
Y colorín colorado
esta historia ha terminado.
EL CUENTO DEL EMBUSTERO
Había una vez una Princesa muy estrafalaria, que dijo a su padre, el cual deseaba que tomase estado, que no se casaría sino con aquel que supiese mentir más que ella, y ella lo hacía de manera que nadie podía sobrepujarle. Llegó esto a oídos de un pastorcillo que andaba por el campo.
EL CUENTO DEL EMBUSTERO
Había una vez una Princesa muy estrafalaria, que dijo a su padre, el cual deseaba que tomase estado, que no se casaría sino con aquel que supiese mentir más que ella, y ella lo hacía de manera que nadie podía sobrepujarle. Llegó esto a oídos de un pastorcillo que andaba por el campo.
—Yo me presentaré —dijo para sus adentros—, que de seguro le gano a mentir la
palma a la Princesa; que mentir me lo ha enseñado una culebra descendiente de
la del Paraíso. —Y se fue a Palacio.
—¿Qué traes? —le preguntó al verle la Princesa.
—¿Qué traes? —le preguntó al verle la Princesa.
—Sepa V. A. R. —respondió el pastorcillo— que he viajado mucho, y que
vengo a relatar mis viajes.
—Bien está —dijo la Princesa—; pero si dices una palabra de verdad, te mando echar a la calle con cajas destempladas.
—Bien está —dijo la Princesa—; pero si dices una palabra de verdad, te mando echar a la calle con cajas destempladas.
—Mi primer viaje fue largo —dijo el pastorcillo—, porque estando
sembrando una palma, creció tan de pronto y tan alta, que me levantó consigo
hasta el cielo. Llegué allí en tan buena ocasión, que me hallé en la boda de
las once mil vírgenes; y porque a una de ellas le eché un requiebro, me largó
San Pedro un Puntapié que me botó fuera. Atravesé en mi caída el mar, y me
encontré con la luna, en la que me entré por un ojo, y me hallé que tenía los
sesos de plata y los cabellos de oro; me descolgué por uno de ellos; la luna
volvió la cara, y al verme se cortó el cabello de un bocado; éste se
desprendió, y caí en una calabaza, donde lo pasé muy bien, hasta que llevaron
mi casa a la plaza, donde la compraron para un convento de monjas. Las monjas
creyeron que yo era un gusano, y me tiraron con la basura a la huerta del
convento; habiendo caído en un agujero me nací allí. Cortéme las raíces con mi
navaja y eché a andar por esos mundos. Llegué a un río, eché las redes, y
pesqué un borrico; me monté en él, y seguí caminando. A los días vi que tenía
el animal una matadura; se la enseñé a un albeitar, que me mandó que le pusiera
habas; se las puse, y nació un habar que parecía un bosque; cogí una escopeta y
me puse a cazar en él, y maté un jabalí, que era hembra, y después de muerta
parió una vieja, que bauticé, y la puse Naci-Tarde. La Tía Naci-Tarde se
enamoró de mí, y por verme libre de ella me subí a una tortuga que corría más
que el viento, y en un santiamén me llevó a los más profundos centros de los
mares. Allí me encontré con un convento de sardinas, del que era priora una
ballena, que al verme abrió su bocaza y me tragó; pero con un chorro de agua
que echó por las narices me lanzó a la orilla. Allí me encontraron tendido unos
marineros, y como la sal del mar se había cuajado, y estaba todo blanco y
agarrotado, me vendieron a unos "santi-barati", que a su vez me
vendieron a un sevillano, que me puso en el patio de su casa, rodeado de
tiestos con mata. La primera noche llovió, y con eso se me derritió la sal y
pude echar a correr. Supe que S. R. A.. buscaba para premiarlo a uno que fuese
más embustero que ella, y dije: "Allá voy a probarle que lo soy".
—Pues ya dijiste una verdad, pues mientes más que yo —dijo la
Princesas—, por lo cual no te puedes casar conmigo; pero como has mentido tan
bien, y mejor que otro alguno, es justo que te premie y te dé un buen destino.
¿Qué destino hay vacante? —preguntó S. .A. R. a el Ministro.
—Señora —respondió el Ministro—, no hay otro alguno que el de Director de la Gaceta, por haber muerto esta mañana el que lo era.
—Pues que sea inmediatamente dado dicho destino a este pastor, por los méritos que ha contraído —repuso la Princesa.
Y así sucedió, y el pastorcillo siguió mintiendo en la Gaceta, por lo cual las gentes dieron en decir: "Mientes más que la Gaceta"; dicho que se hizo refrán, y dura hasta el día de hoy
—Señora —respondió el Ministro—, no hay otro alguno que el de Director de la Gaceta, por haber muerto esta mañana el que lo era.
—Pues que sea inmediatamente dado dicho destino a este pastor, por los méritos que ha contraído —repuso la Princesa.
Y así sucedió, y el pastorcillo siguió mintiendo en la Gaceta, por lo cual las gentes dieron en decir: "Mientes más que la Gaceta"; dicho que se hizo refrán, y dura hasta el día de hoy
Y colorín colorado esta
historia ha terminado.
EL ESPANTAPÁJAROS
Ocurrió hace mucho tiempo, en un pequeño pueblo donde vivía un hortelano
muy egoísta, que disgustado de que los pájaros se comiesen el grano caído
decidió hacer un espantapájaros.
Así que cogió un viejo traje y lo rellenó con paja del granero, le puso
una calabaza por cabeza y todo lo encajó en una vieja escoba, para que se
mantuviese bien tieso.
Como estaba de buen humor le puso, dos bellotas por ojos, una zanahoria
por nariz y dibujando con su cuchillo una gran sonrisa le colocó unos granos de
maíz como dientes, lo estuvo mirando satisfecho de su arte, un buen rato y
decidió ponerle más paja como pelo y un viejo sombrero.
¡Ahora si que parecía un viejo granjero!, siguiendo su propia broma le
puso una manzana de corazón y dijo:
—¡Ya estás completo, ahora cumple tu trabajo y no dejes que me roben esos
gorrones!
Los animalitos, al principio le tenían miedo y ya no se acercaban, pero
los pájaros necesitaban hierbas y paja para hacer sus nidos
—Por favor señor espantapájaros, necesitamos coger hierbas y pajas para
construir nuestros nidos.
—No puedo dejar que lo hagáis, —respondió el espantapájaros—, mi deber es
impedir que cojáis nada de lo que siembra mi amo, pero podéis coger mi pelo,
creo que será perfecto para hacer vuestros nidos, si necesitáis más, también
tengo en mi barriga.
—Muchas gracias señor espantapájaros, tienes muy buen corazón, te
prometemos que no cogeremos nada que tú no quieras.
La fama de la bondad del espantapájaros corrió entre los animalitos y
estos intentaban no abusar de él, así que decidieron no pasar por la granja más
que para charlar y hacerle compañia, quienes más le visitaban eran los pájaros,
que le cantaban durante horas.
La primavera no era muy buena, no llovía, solo crecía todo verde en los
campos del granjero egoísta y mamá conejo se acercó, desesperada pues no tenía
nada para darle de comer a sus hijitos.
—Por favor señor espantapájaros, mis hijitos se mueren de hambre, yo solo
quiero coger unas pocas hojas para llevarles.
—No puedo dejar que lo hagas, —respondió el espantapájaros—, mi deber es
impedir que nadie robe nada de lo que siembra mi amo, pero puedes coger mi
nariz, es una zanahoria algo seca, pero te servirá para alimentarles hasta que
encontréis hierba fresca.
—Muchas gracias señor espantapájaros, eres muy bueno.
—Muchas gracias señor espantapájaros, eres muy bueno.
Finalizaba la primavera cuando acudieron los cuervos al espantapájaros
con sus problemas.
—Lo hemos intentado, pero no encontramos suficiente comida en el bosque, siempre hemos cogido el grano que cae al suelo, ¿qué mal hacemos? Si tu amo del suelo nunca lo recoge.
—No lo sé, amigos, alguna razón tendrá el amo para no querer que lo cojáis. Llevaros los granos de maíz de mis dientes al menos algo podréis comer.
—Te lo agradecemos, eres un buen amigo.
—Lo hemos intentado, pero no encontramos suficiente comida en el bosque, siempre hemos cogido el grano que cae al suelo, ¿qué mal hacemos? Si tu amo del suelo nunca lo recoge.
—No lo sé, amigos, alguna razón tendrá el amo para no querer que lo cojáis. Llevaros los granos de maíz de mis dientes al menos algo podréis comer.
—Te lo agradecemos, eres un buen amigo.
Ya mediaba el verano, y esta vez quien se le acercó a ver si cambiaba de
idea y les dejaba coger el grano caído fue una ardilla:
—Por favor señor espantapájaros, si no almaceno grano para el invierno, cuando éste llegue me moriré de hambre, yo solo quiero coger unos pocas granos.
—No puedo dejar que lo hagas, —respondió el espantapájaros—, mi deber es impedir que cojáis nada de lo que siembra mi amo, pero puedes coger mis ojos.
—Pero perderás la vista.
—Eso no es importante, lo importante es que tu no pierdas la vida, y que no cojáis el grano de mi amo, llévate mis ojos por favor.
—No sé que decir, eres tan bueno.
—Por favor señor espantapájaros, si no almaceno grano para el invierno, cuando éste llegue me moriré de hambre, yo solo quiero coger unos pocas granos.
—No puedo dejar que lo hagas, —respondió el espantapájaros—, mi deber es impedir que cojáis nada de lo que siembra mi amo, pero puedes coger mis ojos.
—Pero perderás la vista.
—Eso no es importante, lo importante es que tu no pierdas la vida, y que no cojáis el grano de mi amo, llévate mis ojos por favor.
—No sé que decir, eres tan bueno.
Terminaba el verano cuando un día pasó el granjero cerca de donde estaba
el espantapájaros.
—¡Pero qué desastre, no sirves para nada, esto es una tomadura de pelo,
tanto asustas que los animales se te han comido a tí! Te voy a quemar, —y eso
hizo, pero cayó una manzana de su pecho cuando ardía:
—Esto no lo habéis robado, la manzana que le puse de corazón, pues ésta no me la quitará nadie, me la comeré yo.
Y eso comenzó ha hacer, sentado en la cerca mientras veía arder al espantapájaros.
—¡Qué manzana tan dulce!, —exclamó el granjero— ¡Qué extraño, nunca mi manzano dió una fruta igual!
—Esto no lo habéis robado, la manzana que le puse de corazón, pues ésta no me la quitará nadie, me la comeré yo.
Y eso comenzó ha hacer, sentado en la cerca mientras veía arder al espantapájaros.
—¡Qué manzana tan dulce!, —exclamó el granjero— ¡Qué extraño, nunca mi manzano dió una fruta igual!
Los animalitos habían acudido desolados en cuanto el granjero le prendió fuego
al espantapájaros, y el cuervo le dijo al granjero:
—Has cometido un grave error, tu espantapájaros nunca nos ha dado miedo, si no hemos tocado tu grano fue por respeto a su bondad y sentido del deber. Lo que nos dio era suyo, tú se lo habías dado a él, y por generosidad, él nos lo dio cuando lo necesitamos. Fuiste tu quien le dio un corazón, como tu mismo has dicho, el más dulce que nunca dio tu árbol. Así que si fue generoso con lo suyo culpa tuya fue.
Vienes al bosque y te llevas nuestra comida, ensucias el agua, cortas nuestras casas y nos persigues con tus escopetas.
Nosotros ya no sentimos que debamos respetar tu huerto y en adelante cogeremos lo que debamos coger que al fin y al cabo eres tu quien no respeta a la naturaleza y quieres acaparar lo que no necesitas.
—Has cometido un grave error, tu espantapájaros nunca nos ha dado miedo, si no hemos tocado tu grano fue por respeto a su bondad y sentido del deber. Lo que nos dio era suyo, tú se lo habías dado a él, y por generosidad, él nos lo dio cuando lo necesitamos. Fuiste tu quien le dio un corazón, como tu mismo has dicho, el más dulce que nunca dio tu árbol. Así que si fue generoso con lo suyo culpa tuya fue.
Vienes al bosque y te llevas nuestra comida, ensucias el agua, cortas nuestras casas y nos persigues con tus escopetas.
Nosotros ya no sentimos que debamos respetar tu huerto y en adelante cogeremos lo que debamos coger que al fin y al cabo eres tu quien no respeta a la naturaleza y quieres acaparar lo que no necesitas.
Y a partir de ese día los animalitos cogieron de las granjas lo que
necesitaron para vivir, hay que reconocer que alguno que otro se pasa y hace un
destrozo.
Pero por otra parte los granjeros y sus amigos continúan poniendo trampas
y matando a los animalitos, cortando árboles y ensuciando los ríos. Por
desgracia, lo están haciendo demasiado bien.
Y colorín colorado esta historia ha terminado.
PAQUILLO EL "BOBO" Y JUANA LA LISTA
Paquillo "el bobo" estaba casado con Juana "la lista".
Era un
tipo muy feliz, pues en su casa reinaba la armonía, él y su mujer se querían
mucho, tenían buen carácter los dos, eran pobres pero no pasaban necesidades y
tenía el trabajo que más le gustaba: cuidar ovejas.
Un día al
volver del prado con las ovejas, encontró una bolsa llena de monedas, al
abrirla pensó que no valdrían nada pues ¿quién iba a querer tener una medalla
sin argolla para pasar la cadena?, pero de todas maneras decidió llevárselas a
su mujer Juana, que como era muy lista y muy mañosa ya se le ocurriría que
podría hacer con ellas.
—"Mira
Juana lo que me he encontrado, una bolsa llena de medallas sin argolla para
pasar la cadena, iba a tirarlas pensando que no servían para nada, pero luego
pensé que como tú eres tan lista y tan mañosa quizás le encontrases alguna
utilidad".
—"Has
hecho muy bien Paquillo mío, le contestó su mujer, ya veremos en que se pueden
emplear, que alguna utilidad le encontraremos".
Mientras
decía esto había cogido la bolsa y viendo que estaba llena de monedas de oro y
que era de un viejo bandido que vivía por la sierra, decidió poner en marcha un
plan, con el que poder quedarse los cuartos del bandido sin peligro para ellos,
que como bien dice el refrán: quien
roba a un ladrón, tiene cien años de perdón.
Así que le
dijo a su marido:
—"Ahora
sientate un rato y descansa, mientras yo prepararé la cena".
Y se puso
ha hacer buñuelos, luego se subió al tejado y comenzó a tirarlos delante de la
ventana por la que sabía se asomaba su marido todas las noches para ver la
puesta de sol.
—"Juana
ven, que están lloviendo buñuelos, corre, Juana, corre". —gritaba Paquillo
mientras iba pillando todos los que podía al vuelo.
Y Juana
mientras tanto y sin decir nada, se baja del tejado y cogiendo un mantel y unas
velas, fue de prisa al establo, no se le fuese a quemar la cena, puso el mantel
en el pesebre de la burra y las velas a los lados. De vuelta a la cocina le
dice a Paquillo:
—"Cariñín,
por qué no le das de comer a la burra mientras yo pongo la mesa?".
Y el pobre
Paquillo al ver a la burra delante del pesebre con el mantel y las velas, salió
corriendo despavorido gritando:
—"Juana,
que la burra está diciendo misa, corre, Juana".
Al día
siguiente Juana, que no quería que se fuese al monte, no se encontrase con el
bandido, lo envió a la escuela, para ver si podía aprender a leer y a escribir.
Pero
Paquillo se sentía muy desgraciado encerrado entre cuatro paredes sin sus
ovejas, solo le gustaba decir la letra B...
—"La
B con la e: Beee dicen mis ovejitas."
El maestro
estaba bastante harto al final del día de tanta oveja y tanto beee. Así que le
dijo a Juana que Paquillo era un caso perdido, que solo quería estar con sus
ovejas, no aprender. De modo que al día siguiente Paquillo muy contento volvió
a su trabajo de pastor.
Y claro se
encontró con el bandido que iba buscando su bolsa de monedas.
—"Buen
hombre, le preguntó el bandido, ¿No habrá visto usted por casualidad una bolsa
que perdí el otro día."
—"Pues
si, respondió Paquillo, me encontré una e iba a tirarla, pues estaba llena de
medallas sin argolla para pasar la cadena, pero se la di a mi mujer Juana, que
es muy mañosa y le sabe encontrar utilidad a todo."
—"¿De
veras? Pues que curioso, me gustaría verlas. ¿Donde está su casa?"
—"Yo
le acompañaré con gusto y se las enseñaremos, que ya es la hora del
almuerzo".
Así que
Paquillo cogió sus ovejas y enfiló camino de su casa, y al llegar llamó a
Juana:
—"Juana
querida, aquí traigo a este señor que dice que perdió una bolsa y quiere ver la
que yo encontré de medallas sin argolla para pasar la cadena".
—"¡Medallas
sin argolla!, no sé de que me hablas Paquillo."
—"Qué
si mujer, ¿no te acuerdas la bolsa que me encontré el día que llovieron
buñuelos?"
—"¿Cuando
dices qué fue?"
—"¡Qué
si, acuérdate del día que me encontré a la burra diciendo misa en el
establo!"
—"Lo
siento cariño, no me acuerdo".
—"Antes
de que me enviases a la escuela para aprender como balan las ovejas".
El
bandido, en el fondo tenía buen corazón, y creyó que Paquillo no se había encontrado
nada, sino que estaba loco, y que la pobre Juana bastante carga tenía para
empeorarla el haciendo que el otro se imaginase bolsas de medallas, lluvias de
buñuelos y burras metidas a curas. Así que se despidió.
—"No
se preocupen, ahora recuerdo donde guardé mi bolsa, lo siento, lo había
olvidado por completo, al hablar usted del establo me he acordado, la dejé en
la chaqueta encima de la baranda, disculpen la molestia".
—"Pero
señor, le dijo Paquillo, ¿No quiere ver las medallas sin argollas?"
—"Muchas
gracias, pero tengo mucha prisa, puede que otro día".
—"Bueno
Paquillo, le dijo Juana, se te enfría el almuerzo, Adiós señor".
Al cabo de
un tiempo, Juana le compró a Paquillo un nuevo rebaño de ovejas, y dos perros.
¡Ahora si que se sentía feliz,
con tantas ovejas! Aunque a veces se asomaba a la ventana no fuesen a llover
buñuelos.
Y colorín colorado este cuento ha terminado.
LOS TRES CERDITOS
Había una vez una niñita mimada y caprichosa a quien llamaban Ricitos de oro, pues tenía el cabello dorado y lleno de tirabuzones. Un verano sus padres la llevaron a visitar a su abuela, que vivía en una hermosa casa cercana a un oscuro bosque. Al llegar lo primero que hizo su familia fue prohibirle visitar el bosque si no iba con un adulto. Y ella, lo primero que hizo al quedarse fuera de la vista de sus familiares fue, ¿A qué no lo adivinas?, internarse en el bosque.
Luego de vagabundear un rato, decidió que era muy aburrido andar por el bosque. Lo cierto es que estaba asustada, el bosque era muy tupido y apenas había luz, además se oian sonidos espeluznantes, ella ignoraba que eran simplemente los sonidos de los animales que se dedicaban a sus tareas cotidianas, y del viento pasando entre las ramas. Creyendo dirigirse hacia la casa de su abuela, lo que en verdad hacía era internarse más y más en el bosque.
Cerca de donde estaba tenían su casa una familia de osos; Papá oso, grande y peludo; Mamá osa, bajita y gorda; y Bebé oso, chiquito y juguetón.
Los tres oso vivían en una pequeña casita, muy acojedora y pintoresca. Esa mañana, Mamá osa había preparado una rica sopa para comer. Pero estaba muy caliente, así que Papa oso dijo: —Vayamos a dar un paseo hasta las colmenas, y cojamos un poco de miel para merendar.
En eso llegó a la casita Risitos de oro. Estaba muy cansada y hambrienta, así que como nadie le contestó al llamar a la puerta, la abrió y entró.
Una vez en el interior vió a mano derecha una mesa puesta con tres platos llenos de sopa, probó el más cercano, pero se quemó pues estaba muy caliente, al probar del segundo resultó que estaba muy fría, entonces probó del tercer plato y como estaba muy sabrosa se la comió toda.
Estando tan cansada, decidió descansar un rato, a la izquierda estaba el salón allí vió tres sillones. El primero era muy alto y estaba demasiado duro. El segundo era más bajo, pero demasiado blando. El tercero, tenía la medida justa y ni era muy duro ni muy blando.
Ricitos de oro se sentó de un saltó, ¡Pumba! este se rompió y ella cayó al suelo de culo, poniendose a llorar: —¡Buaaa! ¡Ay que daño me he hecho, quiero ir a casa, buaaa!
Algo más calmada y pensando aún en descansar, subió al piso superior, donde habían tres camas. Brincando de cama en cama, comprobó que la primera era demasiado dura, la segunda demasiado blanda, y la tercera era perfecta. Allí se quedó dormida.
Al poco rato, regresaron los osos.
Papá oso dijo:
—¡Alguien ha probado mi sopa!
Mamá osa dijo:
—¡Alguien ha probado mi sopa!
Bebé oso sollozaba:
—¡Alguien ha probado mi sopa y se la ha comido toda!, ¡Buaaa!
Con disgusto, Mamá osa retiró los platos de la mesa y se pusieron a comer la miel que habían traído. pues no quedaba más sopa. Como la miel le gustaba mucho, Bebé oso dejó de llorar.
Terminada la comida, fueron a sentarse al salón. Papá oso gruñó:
—¡Alguien se ha sentado en mi silla!
Mamá osa exclamó:
—¡Alguien se ha sentado en mi silla!
El pequeño Bebé lloraba a moco tendido:
—¡Alguien se ha sentado en mi sillita, y la ha roto!, ¡Buaaaaa!, ¡Buaaaaa!, ¡Buaaaaa!
Los osos, preocupados por tener intrusos en
casa, empezaron a buscar por toda la casa. Al subir a la habitación Papá oso
rugió:
—¡Alguien ha saltado en mi cama!
Mamá osa gruñó:
—¡Alguien ha saltado en mi cama!
Bebé oso lloraba bajito:
—¡Alguien ha saltado en mi cama, y hay una niñita durmiendo en ella!, ¡buaa!
Ricitos de oro se despertó y al ver a tres osos peludos, mirandola con cara de pocos amigos se asustó muchísimo, y escapó corriendo de la casa.
—No creo que se atreva a venir otra vez por aquí, —dijo Papa oso riendo.
—¿Sabrá volver a su casa? Sus padres seguro que están preocupados. —Dijo Mamá osa, sintiendo lástima.
—¡Ojalá se pierda y se lleve un buen susto, —exclamó el pequeño— al fin y al cabo se comió mi sopa, rompió mi sillita y deshiso todas las camas, y ni siquiera pidió disculpas. Y ahora a tí te da lástima ella, en vez de consolarme a mí!
—Tienes razón, —concedió Mamá osa—, tú también haces travesuras de vez en cuando, pero he de reconocer que tienes mejores modales.
—Bueno, —dijo Papá oso guiñandóle un ojo a Mamá osa— creo que este pequeño susto la escarmentará de entrar en casas ajenas sin permiso.
Mientras, Ricitos de oro, corría y corría hasta que llegó a casa de su abuela. Allí contó lo que le había pasado y que habría que ir a matar a esos osos malos. Pero su padre le dijo:
—Tú eres la que va ha estar castigada en tu habitación todas las vacaciones. Según cuentas, tú nos desobedecistes, y fuistes al bosque, entraste en casa de los señores osos sin permiso, probastes su comida, rompistes una silla y dormistes en una cama, y estoy seguro harías alguna que otra travesura. Y encima quieres que vayamos a su casa y los matemos... Eres una malcriada, pero eso se acabó. A partir de ahora vas a obedecer a tus padres. A ver, ¿Te gustó el bosque?
—Noooo
—Si te prohibimos que fueses sola es porque el bosque es peligroso.¿ Piensas volver a escaparte?
—¡No!
—¡Bien!, Creo que aprendistes la lección.
—¡Alguien ha saltado en mi cama!
Mamá osa gruñó:
—¡Alguien ha saltado en mi cama!
Bebé oso lloraba bajito:
—¡Alguien ha saltado en mi cama, y hay una niñita durmiendo en ella!, ¡buaa!
Ricitos de oro se despertó y al ver a tres osos peludos, mirandola con cara de pocos amigos se asustó muchísimo, y escapó corriendo de la casa.
—No creo que se atreva a venir otra vez por aquí, —dijo Papa oso riendo.
—¿Sabrá volver a su casa? Sus padres seguro que están preocupados. —Dijo Mamá osa, sintiendo lástima.
—¡Ojalá se pierda y se lleve un buen susto, —exclamó el pequeño— al fin y al cabo se comió mi sopa, rompió mi sillita y deshiso todas las camas, y ni siquiera pidió disculpas. Y ahora a tí te da lástima ella, en vez de consolarme a mí!
—Tienes razón, —concedió Mamá osa—, tú también haces travesuras de vez en cuando, pero he de reconocer que tienes mejores modales.
—Bueno, —dijo Papá oso guiñandóle un ojo a Mamá osa— creo que este pequeño susto la escarmentará de entrar en casas ajenas sin permiso.
Mientras, Ricitos de oro, corría y corría hasta que llegó a casa de su abuela. Allí contó lo que le había pasado y que habría que ir a matar a esos osos malos. Pero su padre le dijo:
—Tú eres la que va ha estar castigada en tu habitación todas las vacaciones. Según cuentas, tú nos desobedecistes, y fuistes al bosque, entraste en casa de los señores osos sin permiso, probastes su comida, rompistes una silla y dormistes en una cama, y estoy seguro harías alguna que otra travesura. Y encima quieres que vayamos a su casa y los matemos... Eres una malcriada, pero eso se acabó. A partir de ahora vas a obedecer a tus padres. A ver, ¿Te gustó el bosque?
—Noooo
—Si te prohibimos que fueses sola es porque el bosque es peligroso.¿ Piensas volver a escaparte?
—¡No!
—¡Bien!, Creo que aprendistes la lección.
Y colorín colorado esta historia ha terminado.
En
una de las comarcas del interior, entre estrechos caminos y frondosos bosques,
hace tiempo, mucho tiempo, habitaba un rey que tenía una hermosa hija.
Cuando
aquella niña se convirtió en princesa y se hallaba ya en edad de merecer, el
rey y la reina comenzaron a pensar en que, algún día, tendrían que casarla.
¿Quién
será el afortunado? Los torneos están en desuso. No existe ningún dragón que
matar. Ya no hay tesoros qué descubrir. ¿Qué hacer? se preguntó el Rey, como
si hubiese leído el libro de Lenin.
Un
día, el rey reunió a su corte y les dijo lo siguiente:
-Daremos
a nuestra hija en matrimonio al joven que conteste a mis tres preguntas:
1.ª
¿Cuánto tiempo necesito yo para dar la vuelta al mundo?
2.ª
¿Cuánto puedo valer yo?, y
3.ª
¿Cómo puedo yo ser engañado?
Salieron
los heraldos y pregoneros a dar cuenta de la voluntad del rey y de sus
preguntas y, sobre todo, del premio que se llevaría el que acertase.
Pronto,
muy pronto, se presentaron en aquella Corte, jóvenes y no tan jóvenes que
ansiaban desposarse con la princesa, que por cierto era muy hermosa.
Pero
el Rey no quedaba satisfecho de las respuestas que le daban.
Y
sucedió que en una de aquellas sierras del antiguo Moncabrer había un pastor
con su rebaño que tenía un nieto, ya zagal, que le ayudaba en sus tareas. Y
hasta allí llegó la noticia.
El
abuelo animó a su nieto a presentarse pero, éste se resistía. Finalmente se
acercaron hasta la Corte y nuestro pastorcillo al ver a aquella princesa,
aunque desde muy lejos quedó enamorado de ella, perdió el miedo y decidió presentarse
a responder al Rey.
Una
vez aseado y ataviado con hermosos vestidos preparados de los hilos cardados de
la lana de su rebaño se personó en Palacio dispuesto a todo.
-Vamos
a ver -le dijo el Rey-. ¿Cuánto tiempo tardaré yo en dar la vuelta al mundo?
-Si
se sube a la grupa del sol -contestó el pastorcillo- sólo tardará veinticuatro
horas.
-¡Exacto!
-dijeron los consejeros del Rey.
Al
rey no le quedó más remedio que dar por buena aquella respuesta.
-Bien,
veamos la segunda. ¿Cuanto puedo valer yo?
-¿Cómo
veintinueve monedas? -exclamaron los cortesanos.
-Digo
yo -respondió el pastorcillo- que si el Rey de cielos y tierra valía treinta
monedas este Rey, que es sólo de la tierra, como máximo tiene que valer
veintinueve monedas.
-¡Claro!
-dijeron todos-. Y el Rey no tuvo más remedio que dar también por buena ésta respuesta.
-Bien
-dijo el Rey-. A ver si te atreves. ¿Cómo puedo yo ser engañado
-Muy
sencillo -dijo el joven-. ¿Su majestad cree que yo soy un príncipe
-Pues
claro que sí -contestó el Rey.
-Pues
se equivoca porque soy un pastor de ovejas.
Y
de esta sencilla manera el Rey había sido engañado.
Las
tres preguntas habían sido contestadas; el Rey tenía que cumplir su palabra; la
princesa estaba ya entusiasmada con el pastorcillo pero la reina aconsejó al
rey que aquello era imposible. ¡Vamos, con un pastor de ovejas!
Por
el contrario los consejeros del Rey le decían que no podía faltar a su palabra,
y el Rey, después de meditar un largo rato, habló lo siguiente:
-Has
contestado bien, pero te has presentado ante mí sin ser ningún príncipe. Y eso
no ha sido correcto. Más, para que veas mi buena voluntad, te nombro desde
ahora Príncipe de Moncabrer y, si contestas a una nueva pregunta podrás casarte
con la Princesa. He aquí la nueva pregunta: ¿Donde está la verdad?
El
nuevo príncipe dijo que, para responder, tenía que pensarlo primero y
necesitaba al menos un día. Al rey le pareció bien y ordenó a sus cortesanos
que aposentaran al joven, de la mejor manera, y que se le diera todo cuanto
pidiere. Quedaron para verse al día siguiente.
El
nuevo príncipe no podía dormir estaba inquieto. "¿Donde está la
verdad?" Finalmente creyó tener la solución.
Pidió
una herrada y salió de Palacio. Fue a buscar su ganado y llenó aquel utensilio
con excrementos de las cabras y de las ovejas. Volvió a Palacio y lo escondió
tapándolo con una manta.
Al
día siguiente se presentó ante el Rey.
-¿Qué?
¿Estás preparado?
-Si
majestad.
-Veamos.
-Bien
-dijo el pastorcillo convertido en príncipe-, aquí en el fondo de la manta está
la verdad. Decid a alguno de vuestros sirvientes que ponga la mano y que diga
lo que hay.
-¡Hacedlo!
-dijo el Rey.
Pusieron
la mano y gritaron al mismo tiempo:
-¡Mierda!
Se
lo enseñaron al rey y, éste, espontáneamente respondió:
-¡Pues
es verdad!
Y
de esta forma después de enseñarle la verdad al Rey, nuestros jóvenes príncipes
pudieron casarse y ser felices.
- CUENTOS CLÁSICOS
CAPERUCITA ROJA
En un bosque muy lejos de aquí, vivía una alegre y bonita niña a la que todos querían mucho. Para su cumpleaños, su mamá le preparó una gran fiesta. Con sus amigos, la niña jugó, bailó, sopló las velitas, comió tarta y caramelos. Y como era buena, recibió un montón de regalos. Pero su abuela tenía una sorpresa: le regaló una capa roja de la que la niña jamás se separó. Todos los días salía vestida con la caperuza. Y desde entonces, todos la llamaban de Caperucita Roja.
Un día su mamá le llamó y le dijo:
- Caperucita, mañana quiero que vayas a visitar a la abuela porque está enferma. Llévale esta cesta con frutas, pasteles, y una botella de vino dulce.
A la mañana siguiente, Caperucita se levantó muy temprano, se puso su capa y se despidió de su mamá que le dijo:
- Hija, ten mucho cuidado. No cruces el bosque ni hables con desconocidos.
Pero Caperucita no hizo caso a su mamá. Y como creía que no había peligros, decidió cruzar el bosque para llegar más temprano. Siguió feliz por el camino. Cantando y saludando a todos los animalitos que cruzaban su camino. Pero lo que ella no sabía es que escondido detrás de los árboles, se encontraba el lobo que la seguía y observaba.
De repente, el lobo la alcanzó y le dijo:
- ¡Hola Caperucita!
- ¡Hola señor lobo!
- ¿A dónde vas así tan guapa y con tanta prisa?
- Voy a visitar a mi abuela, que está enferma, y a la que llevo frutas, pasteles, y una botella de vino dulce.
- ¿Y dónde vive su abuelita?
- Vive del otro lado del bosque. Y ahora tengo que irme sino no llegaré hoy. Adiós señor lobo.
- Caperucita, mañana quiero que vayas a visitar a la abuela porque está enferma. Llévale esta cesta con frutas, pasteles, y una botella de vino dulce.
A la mañana siguiente, Caperucita se levantó muy temprano, se puso su capa y se despidió de su mamá que le dijo:
- Hija, ten mucho cuidado. No cruces el bosque ni hables con desconocidos.
Pero Caperucita no hizo caso a su mamá. Y como creía que no había peligros, decidió cruzar el bosque para llegar más temprano. Siguió feliz por el camino. Cantando y saludando a todos los animalitos que cruzaban su camino. Pero lo que ella no sabía es que escondido detrás de los árboles, se encontraba el lobo que la seguía y observaba.
De repente, el lobo la alcanzó y le dijo:
- ¡Hola Caperucita!
- ¡Hola señor lobo!
- ¿A dónde vas así tan guapa y con tanta prisa?
- Voy a visitar a mi abuela, que está enferma, y a la que llevo frutas, pasteles, y una botella de vino dulce.
- ¿Y dónde vive su abuelita?
- Vive del otro lado del bosque. Y ahora tengo que irme sino no llegaré hoy. Adiós señor lobo.
El lobo
salió disparado. Corrió todo lo que pudo hasta llegar a la casa de la abuela.
Llamó a la puerta.- ¿Quién es? Preguntó la abuelita.Y el lobo, imitando la voz de la niña le dijo:- Soy yo, Caperucita.La abuela abrió la puerta y no tuvo tiempo de reaccionar. El lobo entró y se la
tragó de un solo bocado. Se puso el gorrito de dormir de la abuela y se metió
en la su cama para esperar a Caperucita
Caperucita, después de recoger algunas flores del campo para la abuela,
finalmente llegó a la casa. Llamó a la puerta y una voz le dijo que entrara. Cuando Caperucita entró y se acercó a la cama notó que la abuela estaba muy
cambiada. Y preguntó:
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!
Y el lobo, imitando la voz de la abuela, contestó:- Son para verte mejor.
- Abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor.
- Abuelita, ¡qué nariz más grande tienes!
- Son para olerte mejor.
- ¡Son para comerte mejor!
Y el lobo saltando sobre caperucita, se la comió también de un bocado.
El lobo, con la tripa totalmente llena acabó durmiéndose en la cama de abuela.
Caperucita y su abuelita empezaron a dar gritos de auxilio desde dentro de la barriga del lobo. Los gritos fueron oídos por un leñador que pasaba por allí y se acercó para ver lo que pasaba. Cuando entró en la casa y percibió todo lo que había sucedido, abrió la barriga del lobo, salvando la vida de Caperucita y de la abuela. Después, llenó piedras a la barriga del lobo y la cosió. Cuando el lobo se despertó sentía mucha sed. Y se fue a un pozo a beber agua. Pero al agacharse la tripa le pesó y el lobo acabó cayendo dentro del pozo del que jamás consiguió salir. Y así, todos pudieron vivir libres de preocupaciones en el bosque. Y Caperucita prometió a su mamá que jamás volvería a desobedecerla.
PINOCHO
En una vieja carpintería,
Geppetto, un señor amable y simpático, terminaba un día más de trabajo dando los
últimos retoques de pintura a un muñeco de madera que había construido.
Al mirarlo,
pensó: ¡qué bonito me ha quedado! Y como el muñeco había sido hecho de madera
de pino, Geppetto decidió llamarlo Pinocho. Aquella noche, Geppeto se fue a dormir deseando que su muñeco fuese un niño de verdad.
Siempre había
deseado tener un hijo. Y al encontrarse profundamente dormido,
llegó un hada buena y viendo a Pinocho tan bonito, quiso premiar al buen
carpintero, dando, con su varita mágica, vida al muñeco.
Al día siguiente, cuando se despertó, Geppetto no daba crédito a sus ojos.
Pinocho se movía, caminaba,
se reía y hablaba como un niño de verdad, para
alegría del viejo carpintero.
Feliz y muy satisfecho, Geppeto mandó a Pinocho a
la escuela. Quería que fuese un niño muy listo y que
aprendiera muchas cosas. Le acompañó su amigo Pepito Grillo, el consejero que
le había dado el hada buena.
Pero, en el
camino del colegio, Pinocho se hizo amigo de dos niños muy malos, siguiendo sus travesuras, e ignorando los consejos del grillito. En
lugar de ir a la escuela, Pinocho decidió seguir a sus nuevos amigos, buscando
aventuras no muy buenas.
Al ver esta
situación, el hada buena le puso un hechizo. Por no ir a la escuela, le puso
dos orejas de burro, y por portarse mal, cada vez que decía una mentira, le crecía la nariz poniéndosele colorada.
Pinocho acabó
reconociendo que no estaba siendo bueno, y arrepentido decidió buscar a
Geppetto. Supo entonces que Geppeto, al salir en su busca por el mar, había sido tragado por una enorme
ballena. Pinocho, con la ayuda del grillito, se fue a la mar para rescatar
al pobre viejecito.
Cuando Pinocho
estuvo frente a la ballena le pidió que le devolviese a su papá, pero la ballena abrió muy grande su boca y
se lo tragó también a él. Dentro de la tripa de la ballena, Geppetto y Pinocho
se reencontraron. Y se pusieran a pensar cómo salir de allí.
Y gracias a Pepito
Grillo encontraron una salida. Hicieron una fogata. El fuego hizo estornudar a
la enorme ballena, y la balsa salió volando con sus tres tripulantes.
Todos se
encontraban salvados. Pinocho volvió a casa y al colegio, y a partir de ese día
siempre se ha comportado bien. Y en recompensa de su bondad el hada buena lo convirtió en un niño de
carne y hueso, y fueron muy felices por muchos y muchos
años.
LA SIRENITA
En el fondo de los océanos
había un precioso palacio en el cual vivía el Rey del Mar junto a sus cinco hijas, bellísimas sirenas. La
más joven, la Sirenita, además de ser la más hermosa, poseía una voz
maravillosa.LA SIRENITA
Cuando cantaba, todos los
habitantes del fondo del mar acudían para escucharla. Además de cantar, Sirenita soñaba con salir
a la superficie para ver el cielo y conocer el mundo de los hombres, como lo
relataban sus hermanas.
Pero su padre le decía que
solo cuando cumpliera los 15 años tendría su permiso para hacerlo. Pasados los
años, finalmente llegaron el cumpleaños y el regalo tan deseados.
Sirenita por fin pudo salir
a respirar el aire y ver el cielo, después de oír los consejos de su padre:
"Recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo.
Somos hijos del mar. Sé prudente y no te acerques a los hombres".
Y al emergerse del agua
Sirenita se quedó de boca abierta. Todo era nuevo para ella. Y todo era
hermoso, ¡fascinante! Sirenita era feliz. Pasados unos minutos, Sirenita
pudo observar, con asombro, que un barco se acercaba y paraba. Se puso a
escuchar voces. Y pensó en lo cuanto le gustaría hablar con ellos.
Pero miró a su larga cola y
comprendió que eso era imposible. Continuó mirando al barco. A bordo había una
gran fiesta de aniversario. El capitán del barco cumplía veinte años de edad.
Sirenita se quedó atónita
al ver el joven. Era alto, moreno, de porte real, y sonreía feliz. La sirenita
sintió una extraña sensación de alegría y sufrimiento a la vez.
Algo que jamás había
sentido en su corazón. La fiesta seguía hasta que repentinamente un viento
fuerte agitó las olas, sacudiendo y posteriormente volcando el barco. Sirenita
vio como el joven capitán caía al mar.
Nadó lo que pudo para
socorrerlo, hasta que le tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, pero
Sirenita nadó lo que pudo para llevarlo hasta tierra. Depositó el cuerpo del
joven sobre la arena de la playa y estuvo frotando sus manos intentando
despertarlo.
Pero un murmullo de voces
que se aproximaban la obligaron a refugiarse en el mar. Desde el mar, vio como
el joven recobraba el conocimiento y agradecía, equivocadamente, a una joven
dama por haberle salvado la vida.
Sirenita volvió a la
mansión paterna y les contó toda su experiencia. Después pasó días llorando en
su habitación. Se había enamorado del joven capitán pero sentía que jamás
podría estar con él.
Días después, Sirenita acudió
desesperada a la casa de la Hechicera de los Abismos. Quería deshacerse de su
cola de pez a cualquier precio. E hicieron un trato: Sirenita tendría dos
piernas a cambio de regalar su hermosa voz a la hechicera que le advirtió:
"Si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua
como la espuma de una ola".
Asintiendo a las
condiciones de la hechicera, Sirenita bebió la pócima mágica e inmediatamente
perdió el conocimiento. Cuando despertó se encontraba tendida en la arena de la
playa, y a su lado estaba el joven capitán que intentaba ayudarla a levantarse.
Y le dijo: "te llevaré al castillo y te curaré"
Durante
los días siguientes, Sirenita pasó a vestirse como una dama, y acompañaba al
príncipe en sus paseos. Era invitada a los bailes de la corte pero como no
podía hablar, no podía explicar al príncipe lo que había sucedido en la noche
que le salvó.
El príncipe no paraba de
pensar en la dama que pensaba haber salvado su vida y Sirenita se daba cuenta
de eso. Pero el destino le reservaba otra sorpresa.
Un día, avistaron un gran
barco que se acercaba al puerto. El barco traía una desconocida que enseguida
llamó la atención del príncipe. Sirenita sintió un agudo dolor en su corazón,
y sintió que perdería a su príncipe para siempre.
El príncipe quedó prendado
de la joven desconocida, que no era otra que la bruja disfrazada, y al haberle
robado su voz, el príncipe creyó que era su salvadora y se enamoró de
ella.
Le pidió matrimonio, y para
celebrarlo fueron invitados a hacer un gran viaje por mar al día
siguiente, acompañados también por la Sirenita. Al caer la noche, Sirenita,
recordando el acuerdo que había hecho con la hechicera, estaba dispuesta a
sacrificar su vida y a desaparecer en el mar, hasta que escuchó la llamada de
sus hermanas.
- ¡Sirenita! ¡Sirenita!
¡Somos nosotras, tus hermanas!. Escucha con atención, hay una forma de romper
el hechizo y recuperar la voz que la bruja te ha robado. Si besas al príncipe
conseguirás que se enamore de ti y se rompa el encantamiento.
La Sirenita corrió y corrió
hasta el gran salón donde iba a comenzar la ceremonia de boda. Se lanzó a los
brazos del príncipe y le besó, dejando a todos boquiabiertos.
La hechicera recuperó su
desagradable voz y aspecto, y la Sirenita pudo explicar lo que había ocurrido
realmente. La bruja fue encerrada en el calabozo, y el príncipe se disculpó con
la Sirenita.
Esa misma tarde se
celebraron la boda entre la Sirenita y el príncipe, y todos cantaron para
celebrar su amor.
EL PATITO FEO
PATITO FEO
Y le dijo el patito:
- ¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de vosotros.
Y ellos le dijeron:
- Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te engañamos.
El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se transformado en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y vivió feliz para siempre.
LOS TRES CERDITOS
Junto a sus papás, tres cerditos habían crecido alegremente en una cabaña del bosque. Y cómo ya eran mayores, sus papás decidieron que era hora de que hicieran, cada uno, su propia casa.
EL PATITO FEO
PATITO FEO
En una hermosa mañana de verano, los huevos que habían
empollado la mamá Pata empezaban a romperse, uno a uno. Los patitos fueron
saliendo poquito a poco, llenando de felicidad a los papás y a sus amigos. Estaban tan contentos que casi no se dieron cuenta
de que un huevo, el más grande de todos, aún permanecía intacto.
Todos, incluso los patitos recién nacidos, concentraron su atención en el
huevo, a ver cuando se rompería. Al cabo de algunos minutos, el huevo empezó a
moverse, y luego se pudo ver el pico, luego el cuerpo, y las patas del
sonriente pato. Era el más grande, y para sorpresa de todos, muy distinto de
los demás. Y como era diferente, todos empezaron a llamarle el Patito Feo.
La mamá
Pata, avergonzada por haber tenido un patito tan feo, le apartó con el ala
mientras daba atención a los otros patitos. El patito feo empezó a darse cuenta
de que allí no le querían. Y a medida que crecía, se quedaba aún mas feo, y
tenía que soportar las burlas de todos.
Entonces, en la mañana siguiente, muy temprano, el patito decidió irse de la
granja. Triste y solo, el patito siguió un camino por el bosque hasta llegar a
otra granja. Allí, una vieja granjera le recogió, le dio de comer y beber, y el patito creyó que había encontrado a
alguien que le quería. Pero, al cabo de algunos días, él se dio cuenta de que
la vieja era mala y sólo quería engordarle para transformarlo en un segundo
plato.
El patito salió corriendo como pudo de allí. El invierno había llegado, y con él, el frío, el hambre y la
persecución de los cazadores para el patito feo. Lo pasó muy mal. Pero
sobrevivió hasta la llegada de la primavera. Los días pasaron a ser más calurosos y llenos de
colores. Y el patito empezó a animarse otra vez.
Un día, al pasar por un estanque, vio las aves más hermosas que jamás había
visto. Eran elegantes, delicadas, y se movían como verdaderas bailarinas, por
el agua. El patito, aún acomplejado por la figura y la torpeza que tenía, se
acercó a una de ellas y le preguntó si podía bañarse también en el estanque. Y
uno de los cisnes le contestó:
- Pues, ¡claro que sí! Eres uno de los nuestros.Y le dijo el patito:
- ¿Cómo que soy uno de los vuestros? Yo soy feo y torpe, todo lo contrario de vosotros.
Y ellos le dijeron:
- Entonces, mira tu reflejo en el agua del estanque y verás cómo no te engañamos.
El patito se miró y lo que vio le dejó sin habla. ¡Había crecido y se transformado en un precioso cisne! Y en este momento, él supo que jamás había sido feo. Él no era un pato sino un cisne. Y así, el nuevo cisne se unió a los demás y vivió feliz para siempre.
LOS TRES CERDITOS
Junto a sus papás, tres cerditos habían crecido alegremente en una cabaña del bosque. Y cómo ya eran mayores, sus papás decidieron que era hora de que hicieran, cada uno, su propia casa.
Los tres cerditos se
despidieron de sus papás, y fueron a ver cómo era el mundo. El primer cerdito,
el perezoso de la familia, decidió hacer una casa de paja. En un minuto la
choza estaba hecha. Y entonces se echó a dormir.
El segundo cerdito, un
glotón, prefirió hacer una cabaña de madera. No tardó mucho en construirla. Y
luego se echó a comer manzanas.
El tercer cerdito, muy
trabajador, optó por construirse una casa de ladrillos y cemento. Tardaría mas
en construirla pero se sentiría mas protegido.
Después de un día de mucho
trabajo, la casa quedó preciosa. Pero ya se empezaba a oír los aullidos del lobo en
el bosque. No tardó mucho para que el lobo se acercara a las casas de los tres
cerditos.
Hambriento, el lobo se
dirigió a la primera casa y dijo:
- ¡Ábreme la puerta!
¡Ábreme la puerta o soplaré y tu casa tiraré!.
Cómo el cerdito no la
abrió, el lobo sopló con fuerza, y derrumbó la casa de paja. El cerdito,
temblando de miedo, salió corriendo y entró en la casa de madera de su hermano.
El lobo le siguió. Y delante de la segunda casa, llamó a la puerta, y dijo:
- ¡Ábreme la puerta!
¡Ábreme la puerta o soplaré y tu casa tiraré!
Pero el segundo cerdito no
la abrió y el lobo sopló y sopló, y la cabaña se fue por los aires. Asustados,
los dos cerditos corrieron y entraron en la casa de ladrillos de su hermano.
Pero, como el lobo estaba decidido a comérselos, llamó a la puerta y gritó:
Y el cerdito trabajador le
dijo:
- ¡Sopla lo que quieras,
pero no la abriré! Entonces el lobo sopló y sopló. Sopló con todas sus fuerzas,
pero la casa no se movió.
La casa era muy fuerte y
resistente. El lobo se quedó casi sin aire. Pero aunque el lobo estaba muy
cansado, no desistía. Trajo una escalera, subió al tejado de la casa y se
deslizó por el pasaje de la chimenea.
Estaba empeñado en entrar
en la casa y comer a los tres cerditos como fuera. Pero lo que él no sabía es
que los cerditos pusieron al final de la chimenea, un caldero con agua
hirviendo.
Y el lobo, al caerse por la
chimenea acabó quemándose con el agua caliente. Dio un enorme grito y salió
corriendo para nunca mas volver.
Y así, los cerditos
pudieron vivir tranquilamente. Y tanto el perezoso como el glotón aprendieron
que solo con el trabajo se consigue las cosas.
FIN
Pepito
Pérez era un pequeño ratoncito de ciudad. Vivía con su familia en un
agujerito de la pared de un edificio. El agujero no era muy grande pero era muy
cómodo, y allí no les faltaba la comida. Vivían
junto a una panadería, por las noches él y su padre iban a coger harina y todo
lo que encontraban para comer.
Un día
Pepito escuchó un gran alboroto en el piso de arriba. Y como ratón curioso que
era trepó y trepó por las cañerías hasta llegar a la primera planta. Allí vio
un montón de aparatos, sillones, flores, cuadros..., parecía que alguien se iba
a instalar allí.
Al día
siguiente Pepito volvió a subir a ver qué era todo aquello, y descubrió algo
que le gustó muchísimo. En el piso de arriba habían puesto una clínica dental.
A partir
de entonces todos los días subía a mirar todo lo que hacía el doctor José Mª.
Miraba y aprendía, volvía a mirar y apuntaba todo lo que podía en una pequeña
libreta de cartón.
Después
practicaba con su familia lo que sabía. A su madre le limpió muy bien los dientes, a su hermanita le curó
un dolor de muelas con un
poquito de medicina... Y así fue como el ratoncito Pérez se fue haciendo
famoso.
Venían
ratones de todas partes para que los curara. Ratones de campo con una bolsita
llena de comida para él, ratones de ciudad con sombrero y bastón, ratones
pequeños, grandes, gordos, flacos... Todos querían que el ratoncito Pérez les
arreglara la boca.
Pero
entonces empezaron a venir ratones ancianos con un problema más grande. No
tenían dientes y querían comer turrón, nueces, almendras, y todo
lo que no podían comer desde que eran jóvenes. El ratoncito Pérez pensó y pensó
cómo podía ayudar a estos ratones que confiaban en él.
Y, como
casi siempre que tenía una duda, subió a la clínica dental a mirar. Allí vio
como el doctor José Mª le ponía unos dientes estupendos a un anciano. Esos
dientes no eran de personas, los hacían en una gran fábrica para los dentistas.
Pero esos dientes, eran enormes y no le servían a él para nada.
Entonces,
cuando ya se iba a ir a su casa sin encontrar la solución, apareció en la
clínica un niño con su mamá. El niño
quería que el doctor le quitara un diente de leche para que le saliera rápido
el diente fuerte y grande.
El doctor
se lo quitó y se lo dio de recuerdo. El ratoncito Pérez encontró la solución:
"Iré a la casa de ese niño y le compraré el diente", pensó. Lo siguió
por toda la ciudad y cuando por fin llegó a la casa, se encontró con un enorme
gato y no pudo entrar.
El
ratoncito Pérez se esperó a que todos se durmieran y entonces entró a la habitación del niño. El niño
se había dormido mirando y mirando su diente, y lo había puesto debajo de su
almohada.
Al pobre ratoncito Pérez le costó mucho encontrar el
diente, pero al fin lo encontró y le dejó al niño un bonito regalo. A la mañana
siguiente el niño vio el regalo y se puso contentísimo y se lo contó a todos
sus amigos del colegio.
Y a partir de ese día, todos los niños dejan sus
dientes de leche debajo de la almohada. Y el ratoncito Pérez los recoge y les
deja a cambio un bonito regalo. Y colorín colorado este cuento se ha acabado
LOS SIETE CABRITILLOS
En una bonita casita del bosque vivían 7 cabritillos y su mamá.
Un día la mamá cabra tuvo que irse de compras al pueblo y dijo a sus hijitos:
LOS SIETE CABRITILLOS
En una bonita casita del bosque vivían 7 cabritillos y su mamá.
Un día la mamá cabra tuvo que irse de compras al pueblo y dijo a sus hijitos:
- Hijos míos, me voy a
comprar al pueblo y cuando yo vuelva daremos un paseo por el campo. Os traeré
exquisita comidita.
Y todos los cabritillos,
felices, dijeron:
- Vale, mamá!!
Antes de salir de casa, la
mamá cabra les dijo:
- Mientras yo no llegue, no
abran la puerta a nadie, vale hijitos?
Y los cabritillos, obedientes,
dijeron:
- Vale, mamá!!
Fuera de casa, detrás de un
árbol se escondía un temible lobo que observaba cómo la madre cabra salía con
su bolso de casa, dejando a sus hijitos solitos dentro de la casa.
Minutos después de que la madre cabra saliera de casa, el lobo se acercó a la puerta y dando algunos golpes, TOC TOC TOC a la puerta de la casa de los cabritillos, dijo:
Minutos después de que la madre cabra saliera de casa, el lobo se acercó a la puerta y dando algunos golpes, TOC TOC TOC a la puerta de la casa de los cabritillos, dijo:
- Soy vuestra mamá y os
traigo buena comidita. ¿podéis abrirme la puerta?
Reconociendo la voz del
lobo, los cabritillos gritaron:
- NOOO... tu no eres
nuestra madre. Eres el lobo!!!
Decepcionado, el lobo se
fue y se acercó a una granja que había allí cerca, y se comió docenas y docenas
de huevos para aclarar y suavizar su voz. Y volvió a la casa de los
cabritillos: TOC TOC TOC... Y con voz suave dijo:
- Niños, soy vuestra mamá,
¿podéis abrirme la puerta?
No convencidos de que era
su madre, los cabritillos le dijeron:
- Si eres nuestra madre,
entonces enséñanos vuestra pata.
El lobo no dudó en
enseñarles su pata negra y peluda por debajo de la puerta. Y los cabritillos
dijeron:
- NOOOO... tu no eres
nuestra madre. Eres el lobo!!!
Contrariado, el lobo se
dirigió a la casa de un molinero y le pidió un saco de harina. Metió una patita
en la harina para que se la blanqueara y se fue otra vez a la casa de los
cabritillos: TOC TOC TOC... Y les dijo:
- Niños, soy vuestra mamá y
os traigo comidita muy exquisita del pueblo. ¡Abrid la puerta!
Los cabritillos volvieron a
decirle:
- Si eres nuestra madre,
entonces enséñanos tu pata.
El lobo enseñó su pata bien
rebozada en harina por debajo de la puerta y los cabritillos dijeron:
- ¡Esta
vez sí que eres mamá! Y abrieron la puerta.
El lobo entró rápidamente
en la casa y empezó a correr para alcanzar a los cabritillos. Los cabritillos
salieron corriendo y se escondieron cada uno en un sitio distinto.
En este momento, pasaba por
allí un cazador que, oyendo todo el ruido de voces, entró en la casa y estaba a
punto de matar el lobo cuando el animal salió corriendo asustado y con miedo,
rogando al cazador que no le matara y jurando que jamás volvería por aquellos
lados. Al cabo de un rato llegó la mamá cabra y se encontró la puerta abierta y
la casa vacía.
- Ay, ¡mis hijitos! Seguro
que a todos se los ha llevado el lobo.
Fue entonces cuando todos
los cabritillos, uno a uno, fueron saliendo de su escondrijo, para la alegría
de la mamá cabra. El cazador le explicó todo lo que había ocurrido. Y entonces,
como agradecimiento al cazador, la mamá cabra y sus cabritillos prepararon una
gran fiesta donde pudieron comer la rica comidita que había comprado la mamá
cabra en el mercado del pueblo.
RATITA PRESUMIDA
Érase una vez una ratita
muy coqueta y presumida que un día, barriendo la puerta de su casa, se encontró
una moneda de oro. ¡Qué suerte la mía!, dijo la ratita, y se puso a pensar:
- ¿En qué me gastaré la
moneda? La gastaré, la gastaré,... ¡En caramelos y gominotas! NO NO... que
harán daño a mis dientes. La gastaré, la gastaré,... ya sé, la gastaré en
¡bizcochos y tartas muy ricas!! NO NO... que me darán dolor de tripa. La
gastaré, la gastaré... ya sé, la gastaré en ¡un gran y hermoso lazo de color
rojo.
Con su moneda de oro la ratita se fue a comprar el lazo de color rojo y luego, sintiéndose muy guapa, se sentó delante de su casa, para que la gente la mirara con su gran lazo.
Pronto se corrió la voz de que la ratita estaba muy hermosa y todos los animales solteros del pueblo se acercaron a la casa de la ratita, proponiéndole casamiento.
El primero que se acercó a la ratita fue el gallo. Vestido de traje y muy coqueto, luciendo una enorme cresta roja, dijo:
Con su moneda de oro la ratita se fue a comprar el lazo de color rojo y luego, sintiéndose muy guapa, se sentó delante de su casa, para que la gente la mirara con su gran lazo.
Pronto se corrió la voz de que la ratita estaba muy hermosa y todos los animales solteros del pueblo se acercaron a la casa de la ratita, proponiéndole casamiento.
El primero que se acercó a la ratita fue el gallo. Vestido de traje y muy coqueto, luciendo una enorme cresta roja, dijo:
- Ratita, ratita, ¿Te
quieres casar conmigo? La ratita le preguntó: ¿Y qué me dirás por las noches?
Y el gallo dijo:
- Ki ki ri kiiii, cantó el
gallo con su imponente voz.
Y la ratita dijo:
- No, no, que me
asustarás... Y el gallo siguió su camino. No tardó mucho y apareció el cerdo.
- Ratita, ratita, ¿Te
quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó: ¿Y
qué me dirás por las noches?
- Oinc oinc oinc, gruñó el
cerdo con orgullo.
Y la ratita dijo:
- No, no, que me
asustarás...
Y el señor cerdo se marchó.
No tardó en aparecer el burro.
- Ratita, ratita, ¿Te
quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
- ¿Y qué me dirás por las
noches?
- Ija, ija, ijaaaa, dijo el
burro con fuerza
Y la ratita dijo:
- No, no, que me
asustarás...
Y el burro volvió a su casa
por el mismo camino. Luego, apareció el perro.
- Ratita, ratita, ¿Te
quieres casar conmigo?
La ratita
le preguntó: ¿Y qué me dirás por las noches?
- Guau, guau, guau, ladró
el perro con mucha seguridad
Y la ratita dijo:
- No, no,
que me asustarás...
Y el perro bajo sus orejas
y se marchó por las montañas. No tardó mucho y apareció el señor gato.
- Ratita, ratita, ¿Te
quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó: ¿
- Y qué me dirás por las
noches?
- Miau, miau, miauuu,
ronroneó el gato con dulzura.
Y la ratita dijo:
- No, no, que me
asustarás... Y el gato se fue a buscar la cena por otros lados
. La ratita ya estaba
cansada cuando de repente se acercó un fino ratón.
- Ratita, ratita, ¿Te
quieres casar conmigo?
La ratita le preguntó:
- ¿Y qué me dirás por las
noches?
- Pues me callaré y me
dormiré, y soñaré contigo.
Y la ratita, sorprendida
con el ratón, finalmente tomó una decisión:
- Pues contigo me casaré. Y
así fue como la ratita felizmente se casó con el ratón.
PETER PAN
En las afueras de la ciudad
de Londres, vivían tres hermanos: Wendy, Juan, y Miguel. A Wendy, la hermana mayor, le encantaba contar
historias a sus hermanitos.
Y casi siempre eran sobre
las aventuras de Peter Pan, un amigo que de vez en cuando la visitaba. Una
noche, cuando estaban a punto de acostarse, una preciosa lucecita entró en la habitación.
Y dando saltos de alegría,
los niños gritaron:
- ¡¡Es Peter Pan y
Campanilla!!
Después de los saludos,
Campanilla echó polvitos mágicos en los tres hermanos y ellos empezaron a
volar mientras Peter Pan les decía:
- ¡Nos vamos al País de
Nunca Jamás!
Los cinco niños volaron,
volaron, como las cometas por el cielo. Y
cuando se encontraban cerca del País de Nunca Jamás, Peter les señaló:
- Allí está el barco del
temible Capitán Garfio.
Y dijo a Campanilla:
- Por favor, Campanilla,
lleva a mis amiguitos a un sitio mas abrigado, mientras yo me libro de este
pirata pesado.
Pero Campanilla se sentía
celosa de las atenciones que Peter tenía para con Wendy. Así que llevó a los
niños a la isla y mintió a los Niños Perdidos diciendo que Wendy era mala.
Creyendo las palabras del hada, ellos empezaron a decir cosas desagradables a
la niña. Menos mal que Peter llegó a tiempo para pararles. Y les preguntó:
- ¿Porque tratan mal a
mi amiga Wendy?
Y ellos contestaron:
- Es que Campanilla nos
dijo que ella era mala.
Peter Pan se quedó muy
enfadado con Campanilla y le pidió explicaciones. Campanilla, colorada y
arrepentida, pidió perdón a Peter y a sus amigos por lo que hizo.
Pero la aventura en el País
de Nunca Jamás solo acababa de empezar. Peter llevó a sus amiguitos a visitaren
la aldea de los indios Sioux. Allí, encontraron al gran jefe muy triste y
preocupado. Y después de que Peter Pan le preguntara sobre lo sucedido, el gran
jefe le dijo:
- Estoy muy triste porque
mí hija Lili salió de casa por la
mañana y hasta ahora no la hemos encontrado.
Como Peter era el que
cuidaba de todos en la isla, se comprometió con el Gran Jefe de encontrar a
Lili. Con Wendy, Peter Pan buscó a la india por toda la isla hasta que la
encontró prisionera del Capitán Garfio, en la playa de las sirenas.
Lili estaba amarrada a una
roca, mientras Garfio le amenazaba con dejarla allí hasta que la marea subiera,
si no le contaba donde estaba la casa de Peter Pan. La pequeña india, muy
valiente, le contestaba que no iba a decírselo. Lo que ponía furioso al
Capitán. Y cuando parecía que nada podía salvarla, de repente oyeron una voz:
Era Peter pan, que venía a
rescatar a la hija del Gran jefe indio. Después de liberar a Lili de las
cuerdas, Peter empezó a luchar contra Garfio. De pronto, el Capitán empezó a
oír el tic tac que tanto le horrorizaba.
Era el cocodrilo que se
acercaba dejando a Garfio nervioso. Temblaba tanto que acabó cayéndose al mar.Y
jamás se supo nada más del Capitán Garfio.
Peter devolvió a Lili a su
aldea y el padre de la niña, muy contento,
no sabía cómo dar las gracias a él. Así que preparó una gran fiesta para sus amiguitos,
quiénes bailaron y pasaron muy bien.
Pero ya era tarde y los niños tenían que volver a su casa para dormir. Peter Pan y Campanilla los acompañaron en el viaje de vuelta. Y al despedirse, Peter les dijo:
Pero ya era tarde y los niños tenían que volver a su casa para dormir. Peter Pan y Campanilla los acompañaron en el viaje de vuelta. Y al despedirse, Peter les dijo:
- Aunque crezcáis, no
perdáis nunca vuestra fantasía ni vuestra imaginación. Volveré para llevaros a
una nueva aventura. ¡Adiós amigos!
- ¡Hasta luego Peter Pan!
gritaron los niños mientras se metían debajo de la mantita porque hacía
muchísimo frío.
RICITOS DE ORO
En una preciosa casita, en
el medio de un bosque florido, vivían 3 ositos. El papá, la mamá, y el pequeño
osito. Un día, tras hacer todas las camas, limpiar la casa, y hacer la sopa
para la cena, los tres ositos fueron a
pasear por el bosque.
Mientras los ositos estaban
caminando por el bosque, apareció una niña llamada Ricitos de Oro que, al ver
tan linda casita, se acercó y se asomó a la ventana.
Todo parecía muy ordenado y
coqueto dentro de la casa. Entonces, olvidándose de la buena educación que su madre le había
dado, la niña decidió entrar en la casa de los tres ositos.
Al ver la casita tan bien
recogida y limpia, Ricitos de Oro curioseó todo lo que pudo. Pero al cabo de un
rato sintió hambre gracias al olor muy
sabroso que venía de la sopa puesta en la mesa.
Se acercó a la mesa y vio
que había 3 tazones. Un pequeño, otro más grande, y otro más y más grande
todavía. Y otra vez, sin hacer caso a la educación que le habían dado sus padres, la niña se lanzó a probar
la sopa.
Comenzó por el tazón más
grande, pero al probarlo, la sopa estaba demasiado caliente. Entonces pasó al
mediano y le pareció que la sopa estaba demasiado fría. Pasó a probar el tazón
más pequeño y la sopa estaba como a ella le
gustaba. Y la tomó toda, todita.
Cuando acabó la sopa,
Ricitos de Oro se subió a la silla más grande pero estaba demasiado dura para
ella. Pasó a la silla mediana y le pareció demasiado blanda. Y se decidió por
sentarse en la silla más pequeña que le resultó comodísima.
Pero la sillita no estaba
acostumbrada a llevar tanto peso y poco a poco el asiento
fue cediendo y se rompió. Ricitos de Oro decidió entonces subir a la habitación y probar las camas.
Probó la cama grande pero
era muy alta. La cama mediana estaba muy baja y por fin probó la cama pequeña que era tan
mullidita y cómoda que se quedó totalmente dormida.
Mientras Ricitos de Oro
dormía profundamente, llegaron los 3 ositos a la casa y nada más entrar el oso
grande vio cómo su cuchara estaba dentro del tazón y dijo con su gran voz:
-¡Alguien ha probado mi
sopa!
Y mamá oso también vio su
cuchara dentro del tazón y dijo:
-¡Alguien ha probado
también mi sopa!
Y el osito pequeño
dijo con voz apesadumbrada:
-¡Alguien se ha tomado mi
sopa y se la ha comido toda entera!
Después pasaron al salón y
dijo papá oso:
-¡Alguien se ha sentado en
mi silla!
Y mamá oso dijo:
-¡Alguien se ha sentado
también en mi silla!
Y el pequeño osito dijo con
su voz aflautada:
-¡Alguien se ha sentado en
mi sillita y además me la ha roto!
Al ver que allí no había nadie, subieron a la
habitación para ver si el ladrón de su comida se encontraba todavía en el
interior de la casa. Al entrar en la habitación, papá oso dijo:
-¡Alguien se ha acostado en mi cama!
Y mamá oso exclamó:
-¡Alguien se ha acostado en
mi cama también!
Y el osito pequeño dijo:
-¡Alguien se ha acostado en
mí camita...y todavía sigue durmiendo!
Ricitos de Oro, mientras
dormía creía que la voz fuerte que había escuchado y que era papá oso, había
sido un trueno, y que la voz de mamá oso había sido una voz que la hablaba en sueños pero la voz aflautada del
osito la despertó.
De un salto se sentó en la
cama mientras los osos la observaban, y saltó hacia el otro lado saliendo por
la ventana corriendo sin parar un solo instante, tanto, tanto que no daban con
los pies en el suelo.
Desde ese momento, Ricitos
de Oro nunca volvió a entrar en casa de nadie ajeno sin pedir permiso primero.
Y colorín colorado, este cuento se ha acabado.
GATO CON BOTAS
Erase una vez un viejo molinero que tenía tres hijos. Acercándose
la hora de su muerte hizo llamar a sus tres hijos. "Mirad, quiero
repartiros lo poco que tengo antes de morirme". Al mayor le dejó el
molino, al mediano le dejó el burro y al más pequeñito le dejó lo último que le
quedaba, el gato. Dicho esto, el padre murió.
Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más pequeño cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda.
Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis instrucciones." El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que perder, así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río." Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se acercaban el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!". El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués y se subió a la carroza.
El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que las campos eran del marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es verdad."
El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en un feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. En ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo! Vamos, entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron perdices.
Mientras los dos hermanos mayores se dedicaron a explotar su herencia, el más pequeño cogió unas de las botas que tenía su padre, se las puso al gato y ambos se fueron a recorrer el mundo. En el camino se sentaron a descansar bajo la sombra de un árbol. Mientras el amo dormía, el gato le quitó una de las bolsas que tenía el amo, la llenó de hierba y dejó la bolsa abierta. En ese momento se acercó un conejo impresionado por el color verde de esa hierba y se metió dentro de la bolsa. El gato tiró de la cuerda que le rodeaba y el conejo quedó atrapado en la bolsa. Se hecho la bolsa a cuestas y se dirigió hacia palacio para entregársela al rey. Vengo de parte de mi amo, el marqués Carrabás, que le manda este obsequio. El rey muy agradecido aceptó la ofrenda.
Pasaron los días y el gato seguía mandándole regalos al rey de parte de su amo. Un día, el rey decidió hacer una fiesta en palacio y el gato con botas se enteró de ella y pronto se le ocurrió una idea. "¡Amo, Amo! Sé cómo podemos mejorar nuestras vidas. Tú solo sigue mis instrucciones." El amo no entendía muy bien lo que el gato le pedía, pero no tenía nada que perder, así que aceptó. "¡Rápido, Amo! Quítese la ropa y métase en el río." Se acercaban carruajes reales, era el rey y su hija. En el momento que se acercaban el gato chilló: "¡Socorro! ¡Socorro! ¡El marqués Carrabás se ahoga! ¡Ayuda!". El rey atraído por los chillidos del gato se acercó a ver lo que pasaba. La princesa se quedó asombrada de la belleza del marqués. Se vistió el marqués y se subió a la carroza.
El gato con botas, adelantándose siempre a las cosas, corrió a los campos del pueblo y pidió a los del pueblo que dijeran al rey que las campos eran del marqués y así ocurrió. Lo único que le falta a mi amo -dijo el gato- es un castillo, así que se acordó del castillo del ogro y decidió acercarse a hablar con él. "¡Señor Ogro!, me he enterado de los poderes que usted tiene, pero yo no me lo creo así que he venido a ver si es verdad."
El ogro enfurecido de la incredulidad del gato, cogió aire y ¡zás! se convirtió en un feroz león. "Muy bien, -dijo el gato- pero eso era fácil, porque tú eres un ogro, casi tan grande como un león. Pero, ¿a que no puedes convertirte en algo pequeño? En una mosca, no, mejor en un ratón, ¿puedes? El ogro sopló y se convirtió en un pequeño ratón y antes de que se diera cuenta ¡zás! el gato se abalanzó sobre él y se lo comió. En ese instante sintió pasar las carrozas y salió a la puerta chillando: "¡Amo, Amo! Vamos, entrad." El rey quedó maravillado de todas las posesiones del marqués y le propuso que se casara con su hija y compartieran reinos. Él aceptó y desde entonces tanto el gato como el marqués vivieron felices y comieron perdices.
LA BELLA DURMIENTE
Erase
una vez una reina que dio a luz una niña muy bonita y hermosa. Al bautismo
invitó a todas las hadas de su reino, pero se le olvido, desgraciadamente, de
invitar a la más malvada.
A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino.
El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Más si tienes paciencia te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.
La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa.
Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desemperezó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño.
Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.
A pesar de ello, esta hada maligna se presentó igualmente al castillo y, al pasar por delante de la cuna de la pequeña, dijo despechada: "¡A los dieciséis años te pincharás con un huso y morirás!" Un hada buena que había cerca, al oír el maleficio, pronunció un encantamiento a fin de mitigar la terrible condena: al pincharse en vez de morir, la muchacha permanecería dormida durante cien años y solo el beso de un joven príncipe la despertaría de su profundo sueño. Pasaron los años y la princesita se convirtió en la muchacha más hermosa del reino.
El rey había ordenado quemar todos los husos del castillo para que la princesa no pudiera pincharse con ninguno. No obstante, el día que cumplía los dieciséis años, la princesa acudió a un lugar del castillo que todos creían deshabitado, y donde una vieja sirvienta, desconocedora de la prohibición del rey, estaba hilando. Por curiosidad, la muchacha le pidió a la mujer que le dejara probar. "No es fácil hilar la lana", le dijo la sirvienta. "Más si tienes paciencia te enseñaré." La maldición del hada malvada estaba a punto de concretarse. La princesa se pinchó con un huso y cayó fulminada al suelo como muerta. Médicos y magos fueron llamados a consulta. Sin embargo, ninguno logró vencer el maleficio. El hada buena sabedora de lo ocurrido, corrió a palacio para consolar a su amiga la reina.
La encontró llorando junto a la cama llena de flores donde estaba tendida la princesa. "¡No morirá! ¡Puedes estar segura!" la consoló, "Solo que por cien años ella dormirá" La reina, hecha un mar de lágrimas, exclamó: "¡Oh, si yo pudiera dormir!" Entonces, el hada buena pensó: 'Si con un encantamiento se durmieran todos, la princesa, al despertar encontraría a todos sus seres queridos a su entorno.' La varita dorada del hada se alzó y trazó en el aire una espiral mágica. Al instante todos los habitantes del castillo se durmieron. " ¡Dormid tranquilos! Volveré dentro de cien años para vuestro despertar." dijo el hada echando un último vistazo al castillo, ahora inmerso en un profundo sueño.
En el castillo todo había enmudecido, nada se movía con vida. Péndulos y relojes repiquetearon hasta que su cuerda se acabó. El tiempo parecía haberse detenido realmente. Alrededor del castillo, sumergido en el sueño, empezó a crecer como por encanto, un extraño y frondoso bosque con plantas trepadoras que lo rodeaban como una barrera impenetrable. En el transcurso del tiempo, el castillo quedó oculto con la maleza y fue olvidado de todo el mundo. Pero al término del siglo, un príncipe, que perseguía a un jabalí, llegó hasta sus alrededores. El animal herido, para salvarse de su perseguidor, no halló mejor escondite que la espesura de los zarzales que rodeaban el castillo. El príncipe descendió de su caballo y, con su espada, intentó abrirse camino. Avanzaba lentamente porque la maraña era muy densa.
Descorazonado, estaba a punto de retroceder cuando, al apartar una rama, vio... Siguió avanzando hasta llegar al castillo. El puente levadizo estaba bajado. Llevando al caballo sujeto por las riendas, entró, y cuando vio a todos los habitantes tendidos en las escaleras, en los pasillos, en el patio, pensó con horror que estaban muertos, Luego se tranquilizó al comprobar que solo estaban dormidos. "¡Despertad! ¡Despertad!", chilló una y otra vez, pero en vano. Cada vez más extrañado, se adentró en el castillo hasta llegar a la habitación donde dormía la princesa. Durante mucho rato contempló aquel rostro sereno, lleno de paz y belleza; sintió nacer en su corazón el amor que siempre había esperado en vano. Emocionado, se acercó a ella, tomó la mano de la muchacha y delicadamente la besó... Con aquel beso, de pronto la muchacha se desemperezó y abrió los ojos, despertando del larguísimo sueño.
Al ver frente a sí al príncipe, murmuró: ¡Por fin habéis llegado! En mis sueños acariciaba este momento tanto tiempo esperado." El encantamiento se había roto. La princesa se levantó y tendió su mano al príncipe. En aquel momento todo el castillo despertó. Todos se levantaron, mirándose sorprendidos y diciéndose qué era lo que había sucedido. Al darse cuenta, corrieron locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.
Al cabo de unos días, el castillo, hasta entonces inmerso en el silencio, se llenó de cantos, de música y de alegres risas con motivo de la boda.
LA BELLA Y LA BESTIA
Érase
una vez un mercader que antes de irse para un largo viaje de negocios, llamó a
sus tres hijas para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como
regalo. La primera pidió un vestido de brocado, la segunda un collar de perlas
y la tercera, que se llamaba Bella y era la más gentil, le dijo a su padre:
"Me bastará una rosa cortada con tus manos."
El mercader partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dispuso a volver cuando una tormenta le pilló desprevenido. El viento soplaba gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de frío, el mercader de improviso vio brillar una luz en medio del bosque. A medida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegando a un castillo iluminado. "Confío en que puedan ofrecerme hospitalidad", dijo para sí esperanzado. Pero al llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo.
Entró decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena. El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo largísimo, asomaban salones y habitaciones maravillosos. En la primera de estas habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el mercader se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta.
El mercader desayunó y, después de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella, e inclinándose cortó una rosa. Inesperadamente, de entre la espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: " ¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de consideración!"
El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fiera: ¡Perdóname!¡Perdóname la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa era para mi hija Bella, a la que prometí llevársela de mi viaje!" La bestia retiró su garra del desventurado. " Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tu hija." El mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su orden. Cuando el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas, pero después de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo tranquilizó diciendo: " Padre mío, haré cualquier cosa por ti.
No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la vida! ¡Acompáñame hasta el castillo y me quedaré en tu lugar!" El padre abrazó a su hija: "Nunca he dudado de tu amor por mí. De momento te doy las gracias por haberme salvado la vida. Esperemos que después..." De esta manera, Bella llegó al castillo y la Bestia la acogió de forma inesperada: fue extrañamente gentil con ella. Bella, que al principio había sentido miedo y horror al ver a la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo transcurría, sentía menos repulsión. Le fue asignada la habitación más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas bordando cerca del fuego. La Bestia, sentada cerca de ella, la miraba en silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida de que cada vez le gustaba más su conversación.
Los días pasaban y sus confidencias iban en aumento, hasta que un día la Bestia osó pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida, no supo qué responder. Pero no deseó ofender a quien había sido tan gentil y, sobre todo, no podía olvidar que fue ella precisamente quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. "¡No puedo aceptar!" empezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,"Si tanto lo deseas..." "Entiendo, entiendo. No te guardaré rencor por tu negativa." La vida siguió como de costumbre y este incidente no tuvo mayores consecuencias. Hasta que un día la Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder. Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos.
Al regalárselo, el monstruo le dijo: "De esta manera tu soledad no será tan penosa". Bella se pasaba horas mirando a sus familiares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico. "¿Qué sucede?" quiso saber el monstruo. "¡ Mi padre está muy enfermo, quizá muriéndose! ¡Oh! Desearía tanto poderlo ver por última vez!" "¡Imposible! ¡Nunca dejarás este castillo!" gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato volvió y con voz grave le dijo a Bella: "Si me prometes que a los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para que puedas ver a tu padre." ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto la felicidad a una hija devota." le agradeció Bella feliz. El padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar, de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando.
Los días transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia muriéndose, respirando con estertores en su agonía, y llamándola: "¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!" Fuese por mantener la promesa que había hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que sentía por el monstruo, el caso es que decidió marchar inmediatamente. "¡Corre, corre caballito!" decía mientras fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..
Al llegar al castillo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí, reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se abalanzó sobre el monstruo abrazándolo: "No te mueras! No te mueras! Me casaré contigo!"
Tras esas palabras, aconteció un prodigio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura de un hermoso joven. "¡Cuánto he esperado este momento! Una bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una joven que aceptara casarse conmigo, tal cual era, podía devolverme mi apariencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel castillo se llama "El Castillo de la Rosa"
El mercader partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dispuso a volver cuando una tormenta le pilló desprevenido. El viento soplaba gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de frío, el mercader de improviso vio brillar una luz en medio del bosque. A medida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegando a un castillo iluminado. "Confío en que puedan ofrecerme hospitalidad", dijo para sí esperanzado. Pero al llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo.
Entró decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena. El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo largísimo, asomaban salones y habitaciones maravillosos. En la primera de estas habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el mercader se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta.
El mercader desayunó y, después de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella, e inclinándose cortó una rosa. Inesperadamente, de entre la espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: " ¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de consideración!"
El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fiera: ¡Perdóname!¡Perdóname la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa era para mi hija Bella, a la que prometí llevársela de mi viaje!" La bestia retiró su garra del desventurado. " Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tu hija." El mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su orden. Cuando el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas, pero después de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo tranquilizó diciendo: " Padre mío, haré cualquier cosa por ti.
No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la vida! ¡Acompáñame hasta el castillo y me quedaré en tu lugar!" El padre abrazó a su hija: "Nunca he dudado de tu amor por mí. De momento te doy las gracias por haberme salvado la vida. Esperemos que después..." De esta manera, Bella llegó al castillo y la Bestia la acogió de forma inesperada: fue extrañamente gentil con ella. Bella, que al principio había sentido miedo y horror al ver a la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo transcurría, sentía menos repulsión. Le fue asignada la habitación más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas bordando cerca del fuego. La Bestia, sentada cerca de ella, la miraba en silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida de que cada vez le gustaba más su conversación.
Los días pasaban y sus confidencias iban en aumento, hasta que un día la Bestia osó pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida, no supo qué responder. Pero no deseó ofender a quien había sido tan gentil y, sobre todo, no podía olvidar que fue ella precisamente quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. "¡No puedo aceptar!" empezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,"Si tanto lo deseas..." "Entiendo, entiendo. No te guardaré rencor por tu negativa." La vida siguió como de costumbre y este incidente no tuvo mayores consecuencias. Hasta que un día la Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder. Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos.
Al regalárselo, el monstruo le dijo: "De esta manera tu soledad no será tan penosa". Bella se pasaba horas mirando a sus familiares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico. "¿Qué sucede?" quiso saber el monstruo. "¡ Mi padre está muy enfermo, quizá muriéndose! ¡Oh! Desearía tanto poderlo ver por última vez!" "¡Imposible! ¡Nunca dejarás este castillo!" gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato volvió y con voz grave le dijo a Bella: "Si me prometes que a los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para que puedas ver a tu padre." ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto la felicidad a una hija devota." le agradeció Bella feliz. El padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar, de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando.
Los días transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia muriéndose, respirando con estertores en su agonía, y llamándola: "¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!" Fuese por mantener la promesa que había hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que sentía por el monstruo, el caso es que decidió marchar inmediatamente. "¡Corre, corre caballito!" decía mientras fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..
Al llegar al castillo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí, reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se abalanzó sobre el monstruo abrazándolo: "No te mueras! No te mueras! Me casaré contigo!"
Tras esas palabras, aconteció un prodigio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura de un hermoso joven. "¡Cuánto he esperado este momento! Una bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una joven que aceptara casarse conmigo, tal cual era, podía devolverme mi apariencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel castillo se llama "El Castillo de la Rosa"
- CUENTOS DE NUNCA ACABAR
EN UN
CHARCO HABÍA UNA MOSCA
En un
charco había una mosca
y con la mosca un mosquito,
si no te has enteradoy con la mosca un mosquito,
te lo cuento despacito.
En un charco había una mosca
y con la mosca un mosquito,
si no te has enterado
te lo cuento más bajito.
En un charco había una mosca
y con la mosca un mosquito,
si no te has enterado
te lo cuento rapidito...
LA GATA QUE DABA LA LATA
Esto era una gata que daba la lata
te lo voy a repetir para hacerte reír,
Esto era una gata que daba la lata
te lo voy a repetir para hacerte reír,
Esto era una gata que daba la lata
te lo voy a repetir para hacerte reír,...
EL CUENTO DE LA BUENA PIPA
-
¿Quieres que te cuente el cuento de la buena pipa?
- Sí
- Yo no te digo ni que sí, ni que no, yo sólo te digo: ¿que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa?
- Bueno
- Yo no te digo que "bueno", yo sólo te digo: ¿que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa? Y así sucesivamente…
- Sí
- Yo no te digo ni que sí, ni que no, yo sólo te digo: ¿que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa?
- Bueno
- Yo no te digo que "bueno", yo sólo te digo: ¿que si quieres que te cuente el cuento de la buena pipa? Y así sucesivamente…
EN EL
CORRAL HABÍA UN POLLO...
que no podía caminar
y la gallina le
puso
una pata de cristal
La gansa le contó a
todo,
a todo el reino animal
que en el corral
había un pollo
que no
podía...
BARTOLO
Bartolo tenía una flauta
y su madre le decía:
toca la flauta Bartolo
tenía una flauta
con un agujero solo,
y su madre le decía:
toca la flauta Bartolo
tenía una flauta...
- CUENTOS MÍNIMOS
· Este
es el cuento de una ardilla,
te lo cuento y se acaba enseguida.
te lo cuento y se acaba enseguida.
· Un ratoncito iba por un descampado
y este cuentecito se ha acabado.
· Este
es el cuento de una canasta
y con esto que te digo basta.
y con esto que te digo basta.
· Había
una vez un pollito inglés
que se fue a Francia y se volvió francés.
· Esta
es la historia de un saltamontes
que salta y baila y siempre se esconde.
que salta y baila y siempre se esconde.
¿Sabes tú dónde?
· Érase
una vez
un perrito de grafito
con las patas de goma.
El perrito se rascó
y el cuento se acabó.
.
y el cuento se acabó.
.
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